Permítame hacerle un obsequio, uno que no requiera de mis tarjetas VISA, ni Master Card. Un obsequio, como admirar el pagano sol en lo más profundo de la oscura caoba del cénit de la iglesia en Sutiaba. Entrar a la casa de Rubén y, de paso, apreciar los azules pretextos que permanecen encadenados tras la clausurada Ventana de Alfonso Cortés.
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Como escuchar el melodioso y metálico doblar de las campanas de la Insigne y Real Basílica Catedral en Santiago de los Caballeros de León, que, con fervor Mariano, en La Gritería Grande, y Chiquita, se unen a la multitud con el tradicional … ¡Quién causa tanta Alegría! Mi compañía, si acaso esa fuera de Dios la voluntad.
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Un obsequio, como una noche estrellada a la orilla del mar, con una pequeña fogata que sólo caliente la planta de los pies, y, a la media noche, en una taciturna y melancólica complicidad, el susurro de las olas cuchicheando los rítmicos cuechos de las indelebles primaverales zanganadas que inevitablemente nacen con cada Semana Santa.
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Como escuchar, en los acantilados de Punta Ñata, el nocturno rugir de las fieras en celo. Disfrutar del termal oleaje del Estero Real en el abandonado muelle del otrora próspero ferry de Potosí. Mi compañía, si acaso esa fuera de Dios la voluntad.
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Permítame hacerle un obsequio. Uno que, aunque, para poder contemplar de Sutiaba su sagaz y fulgurante ebanistería. Que nos permita acompañar en su dolor, al marmóreo felino que llora, inconsolable, allá, no muy lejos del altar mayor de la todavía Insigne Catedral de Santiago de los Caballeros de León.
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Uno que, aunque, para llegar a Aposentillo, Mechapa o Jiquilillo, tenga que pagar la gasolina, el guía, los caballos, los bejucos de Tarzán, el almuerzo, los cocteles, las cervezas y la cena, recurriendo a mis tarjetas VISA y Master Card, o, en el peor de los casos, en efectivo, si acaso esa fuera de Dios la voluntad.
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Pero por favor, no lo deje a mi albedrío porque me puedo enredar. Puedo empezar con un beso, cuando, por todos es sabido, que el beso hay que darlo hasta el final. Al final, si acaso esa fuera de Dios la voluntad. |
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Un obsequio
Noé Palacios
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