martes, 6 de junio de 2023

Un obsequio

Permítame hacerle un obsequio,
uno que no requiera de mis tarjetas
VISA, ni Master Card.

Un obsequio,
como admirar el pagano sol
en lo más profundo
de la oscura caoba del cénit
de la iglesia en Sutiaba.

Entrar a la casa de Rubén y,
de paso,
apreciar los azules pretextos
que permanecen encadenados
tras la clausurada Ventana
de Alfonso Cortés.


Como escuchar el melodioso
y metálico doblar de las campanas
de la Insigne y Real Basílica Catedral
en Santiago de los Caballeros de León,
que, con fervor Mariano,
en La Gritería Grande,
y Chiquita,
se unen a la multitud
con el tradicional …
¡Quién causa tanta Alegría!

Mi compañía,
si acaso esa fuera
de Dios la voluntad.



Un obsequio,
como una noche estrellada
a la orilla del mar,
con una pequeña fogata
que sólo caliente la planta de los pies,
y, a la media noche,
en una taciturna y melancólica complicidad,
el susurro de las olas
cuchicheando los rítmicos cuechos
de las indelebles primaverales zanganadas
que inevitablemente nacen
con cada Semana Santa.


Como escuchar,
en los acantilados de Punta Ñata,
el nocturno rugir de las fieras en celo.

Disfrutar del termal oleaje del Estero Real
en el abandonado muelle
del otrora próspero ferry de Potosí.

Mi compañía,
si acaso esa fuera
de Dios la voluntad.

Permítame hacerle un obsequio.

Uno que, aunque,
para poder contemplar de Sutiaba
su sagaz y fulgurante ebanistería.

Que nos permita
acompañar en su dolor,
al marmóreo felino que llora,
inconsolable, allá,
no muy lejos del altar mayor
de la todavía Insigne Catedral
de Santiago de los Caballeros de León.



Uno que, aunque,

para llegar a Aposentillo,
Mechapa o Jiquilillo,
tenga que pagar la gasolina,
el guía, los caballos,
los bejucos de Tarzán,
el almuerzo, los cocteles,
las cervezas y la cena,
recurriendo a mis tarjetas
VISA y Master Card,
o, en el peor de los casos,

en efectivo,
si acaso esa fuera
de Dios la voluntad.

Pero por favor,
no lo deje a mi albedrío
porque me puedo enredar.

Puedo empezar con un beso,
cuando, por todos es sabido,
que el beso
hay que darlo
hasta el final.

Al final,
si acaso esa fuera
de Dios la voluntad.



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Un obsequio
Noé Palacios

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