lunes, 11 de diciembre de 2023

Peón 4 Rey

(a Rodrigo Hernández, un Rimbaud chinandegano)

Chepe Chu conducía el Mustang que su papá le regaló al bachillerarse, era un vehículo de segunda mano, pero en excelente estado, el asiento del pasajero estaba ocupado por un pequeño libro envuelto en papel celofán rojo con un sobrio lazo de color rosado con motivos florales. Un libro fue el mejor obsequio que se le ocurrió presentarle a la quinceañera.

Iba pensando que ahora sí iba a poder afincar debidamente a la chiquilla que esa noche debutaba en sociedad, esa noche dejaría de ser niña y se convertiría en una señorita casadera.

Había tomado la decisión de hacerle saber, al papá de la muchacha, su intención de cortejarla, pero eso sería hasta el día siguiente.

Estuvo meditando su osada maniobra por varios días, y, como muestra de respeto a la amistad que había entre sus familias, tomo la decisión de aventarse únicamente después de la celebración de los quince años.

Solamente tenía que esperar un día más, estaba tranquilo, muy seguro de sí mismo, no había manera de que algo saliera mal. Llegaría después de la jornada laboral, a eso de las seis de la tarde, y le diría — “Don Toño, vengo formalmente so-licitar su autorización para visitar a su hija, la mayor, los días y a las horas que usted estipule”.

Pero el plan de la noche era más mundano y atrevido, bailaría un set de boleros con la quinceañera y a la tercera pieza se le declararía, le haría la pregunta de manera directa — “¿Te gustaría ser mi novia?”

Detuvo el Mustang detrás de una fila de al menos otros diez vehículos, tomó el regalo, se bajó y se sentó sobre el capó, sacó un cigarrillo y empezó a fumar, todos sabían que él fumaba, pero, por pudor, siempre se apartaba de las miradas de los adultos.

Botó la chiva del cigarro sobre el pavimento y empezó a caminar con la confianza de que la agraciada jovencita lo aceptaría, después de todo, él ya estaba en primer año de la facultad de medicina y por todos es bien sabido que, a las quinceañeras les resultan muy atractivos los universitarios. 

Vio que el Pueta Martínez, estudiante de derecho, estaba en la entrada, no se lo esperaba encontrar en la fiesta, después de todo él era unos cuantos años mayor y no era parte del círculo de amistades de la niña.

— Peón 4 Rey — fue el saludo del Pueta Martínez.

— Peón 4 Rey — respondió Chepe Chu.

Ese saludo era una especie de tradición entre ellos, ya que, cada vez que se encontraban, solían iniciar, al tiempo que conversaban, una partida de ajedrez sobre un tablero imaginario, el juego nunca progresaba más lejos del cuarto o quinto movimiento, que era cuando la memoria de Chepe Chu llegaba a su límite, entonces la conversación simplemente continuaba por sí misma.

— ¿Un libro para la quinceañera?

— Así es Pueta, un libro de versos para la quinceañera, Rimas y Leyendas de…

— Gustavo Adolfo Bécquer — lo interrumpió el Pueta Martínez — un cursi obsequio pequeño burgués para la bella debutante de nuestra pequeña burguesía provinciana, Caballo 3 Alfil Rey.

— Caballo 6 Alfil Dama, ¿no te gusta Bécquer? — preguntó Chepe Chu algo extrañado.

“Del Salón en el Ángulo Oscuro, de su Dueño tal vez Olvidada, Silenciosa y Cubierta de Polvo, Veíase el Arpa” — declamó pausadamente el Pueta Martínez — está bien para una quinceañera que apenas se inicia en la lectura, Alfil 5 Caballo Dama.

— Peón 6 Torre Dama, con un marcador de página le señalé la copla que le dedico a ella — y, con un tono algo académico, recitó — “¿Qué es la Poesía? Dices Mientras Clavas en mi Pupila tu Pupila Azul, ¿Qué es Poesía? ¿Y Tú me lo Preguntas? Poesía… eres Tú”.

— ¡Bravo! Vos también sos pueta, sólo un pueta puede dejarle marcada esa copla a una frágil e ingenua quinceañera, Alfil 4 Torre Dama.

Chepe Chu se sintió halagado.

— Ahora me voy a matar — dijo el Pueta Martínez mientras sacaba una bolsita con marihuana y un librito azul.

Chepe Chu se llenó de temor, no tanto por lo que el Pueta hacía, sino por la frase.

— Pero, ¿por qué te vas a matar? — preguntó con preocupación Chepe Chu.

— No niño — se rio el Pueta Martínez — significa que me voy a fumar un churro de marihuana.

Arrancó una hoja del librito azul, la dobló de tal manera que formó un canalito, colocó tres pizcas de marihuana dentro de él, con su índice extendió la hierba a todo lo largo de la boleta, después lo hizo girar hasta formar una abultada cánula de papel, con su lengua humedeció el borde libre y lo unió con el resto del pito.

— Bróder, eso es sacrilegio, ese libro es el Nuevo Testamento — le advirtió Chepe Chu al Pueta.

— No, no es sacrilegio porque no es un libro católico, de hecho es un libro sacrílego, herético y blasfemo… es el que los evangélicos pasan repartiendo de casa en casa todos los domingos y, aquí entre nos, sus hojas son las mejores para enrolar el monte.

El Pueta Martínez encendió el churro, dio tres fuertes sorbos, contuvo la respiración por unos cuantos segundos hasta que los abrasivos gases lo hicieron toser, después extendió el pito a Chepe Chu.

— No gracias, no le hago a eso.

— ¿Te da miedo?

— Sí.

— A mí me ayuda a pensar, a estudiar y a escribir.

— He leído sobre el tema y mi conclusión es que se trata de un placebo.

— Ya salió el estudioso a dar su opinión sin haber experimentado.

— Dejémoslo así.

— Está bien, ahí queda.

A Chepe Chu no le importó ni le perturbó en lo más mínimo el actuar del Pueta Martínez, ya que era una escena cotidiana en las discotecas que él frecuentaba. A pesar de ello, guardó silencio y no continuó la conversación, su mente estaba enfocada en la quinceañera.

— ¿Qué esperás para entrar? — preguntó el Pueta.

— Estoy cogiendo valor, hoy me le voy a rajar — respondió Chepe Chu.

— A mí no me invitaron, pero si voy con vos me dejan entrar, así que… entremos, voy a ser tu secundante en este tu duelo con el sátiro Pan.

Chepe Chu lo quedó viendo con seriedad.

— No te preocupés, no me voy a poner a pegar brincos como mono ni a pelear con nadie, el monte no es como el guaro. 

Chepe Chu no quiso mostrar su inconformidad de manera evidente y accedió con la cabeza, empezó a caminar y el Pueta lo siguió. Se detuvieron a la orilla de la pista de baile y ahí estuvieron por varios minutos sin cruzar palabras.

— Bueno, ya estás adentro, nos vemos — se despidió Chepe Chu y se dirigió a la mesa de los regalos y, después de colocar el suyo, empezó a deambular un poco hasta que se detuvo a la orilla de la pista de baile, minutos después el Pueta Martínez se colocó nuevamente a su lado.

— Sólo a vos te conozco — le dijo el Pueta como disculpándose.

— Ya la cagaste, me vas a matar el rally.

La quinceañera vestía un traje de noche color rosado, muy a lo Cenicienta, bailaba una pieza y dejaba a su pareja para buscar a otro, de esa manera cumplía la obligación protocolaria de bailar con todos los jóvenes y uno que otro viejo.

— Caballeros, disculpen que los interrumpa, pero esta pieza la quiero bailar con Chepe Chu.

— Pueta, llegó la hora... ¡Jerónimo!

La pareja se encaminó hacia el interior del salón de baile, despacio, muy despacio, porque ella quería darle una advertencia.

— Tené cuidado, dicen que es quemón — le dijo la niña a Chepe Chu.

— Sólo es un Pueta que cree que el monte le ayuda a escribir.

— Y vos, ¿Qué decís? ¿Le ayuda?

— Te voy a enseñar una palabra.

Era el momento en que el universitario debía impresionarla demostrando sabiduría y madurez.

— A ver.

— Placebo, repetí… Pla-ce-bo. — Pla-ce-bo.

— El Placebo es una medicina que no cura nada, pero que la gente cree que sí, y, debido a ello, sienten mejoría en su padecer… así es con el monte, el Pueta cree que escribe mejor cuando se tira un pito.

— ¿Y no te da miedo ser su amigo?

— Sí, si me da miedo.

— ¿Entonces?

— La vida está llena de peligros y es imposible evitarlos, el arte está en identificarlos y sobrellevarlos de la mejor manera — dijo con altivez universitaria.

Al llegar le tomó la mano, se pasearon por el salón y se detuvieron en el centro, a la vista de todos, la quinceañera coquetamente le rodeó el cuello con sus brazos y empezaron a bailar.

— Tengo miedo — le dijo la quinceañera — no sé si alegrarme o llorar.

La muchacha temblaba, respiraba agitadamente pero en silencio. El Pueta Martínez observaba como la joven pareja se entregaba a la lenta cadencia de los boleros — “está agarrando, el hijueputa está agarrando” — pensaba el Pueta al ver como la niña recostaba su cabeza en el hombro de Chepe Chu. En eso, la música se detuvo, el universitario se separó de la quinceañera, agarró con firmeza las dos manos de la homenajeada, las elevó a la altura de sus labios y las besó, después se inclinó y le mostró sus respetos abriéndole el paso con su mano derecha.

— El desgraciado suertudo es todo un D’Artagnan — se dijo en voz baja el Pueta Martínez.

La muchacha tomó los extremos de la esponjosa falda de su vestido, dobló levemente las rodillas para inmediatamente después incorporarse, Chepe Chu empezó a caminar y la joven se quedó sola en la pista, giró la cabeza como buscando algo de ayuda, después se enrumbó a la mesa de sus padres al tiempo que Chepe Chu abandonaba con celeridad el recinto, en su camino tuvo inevitablemente que enfrentar otra vez la presencia del Pueta Martínez.

— ¿Y diay? ¿Ya te vas?

— Sí.

— ¿Te cortó?

— Peor… la babosa se va a casar con don Roberto.

— Jaque mate… pero, ¿y vos?, ¿no le dijiste nada?

— Como no… y como buen pendejo que soy le dije — guardó silencio mientras sacaba un cigarrillo — “todo va a estar bien, don Roberto sabrá cuidar de vos” - concluyó con el tono que usan los niños mimados al enojarse.

— ¡JA, JA, JA! — se rio con alegría, pero sin burlarse.

Chepe Chu se detuvo, encendió el cigarrillo y se sentó al volante de su no muy flamante Mustang.

— Mirá, si ya te vas, entonces dame raid, esta mierda está palmada.

— Montate.

— Sos todo un elegante personaje, soportaste con dignidad el rechazo — y con una afrancesada solemnidad continuó — D'Artagnan, cher, Milady acaba de ultimar a la inocente Constance Bonacieux, y ahora… Qu'estce que tu vas faire de ton cœur brisé?

Y, siguiéndole el juego, Chepe Chu le respondió.

— Mon cher poète… dejaré que la providencia se encargue de llenar mi vida con todo tipo de aventuras y así, con algo de suerte, algún día, alguna mozuela corresponderá los nobles sentimientos que para ella, desde ya, estoy atesorando en mi roto corazón.

El Mustang se alejó de la fiesta, despacio, después de todo, la noche era joven y la vida no tenía prisa. .

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La Jurumba
Bwana
1972
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