Soy un lector exigente y no suelo hacer crítica literaria porque soy un crítico tóxico, avinagrado, lo cual, con mucha frecuencia, lastima los Egos de quienes en ocasiones se me acercan. Por esa razón no formo parte de ningún círculo literario, en donde los Egos suelen ser grandes, pero dudosa la Autoestima.
Soy así gracias a las enseñanzas del profesor Julio Zavala, quien, en el
salón de clases, nunca tuvo pelos en la lengua. Sin embargo, él, en su calidad
de profesor y promotor de la cultura, ha sabido tolerar a uno que otro necio, incluyendo a este servidor.
Cuando alguien se me acerca y me da a leer un texto, los tres primeros párrafos me bastan para determinar la calidad del resto de la obra. Si esos primeros tres párrafos me impresionan, entonces sigo leyendo, si no, pues lo que hago es devolverlo, en silencio, sin hacer comentario alguno.
Con el profesor Zavala aprendí que un libro tiene tres funciones: Entretener, Educar y Motivar.
No todos los libros logran ese objetivo. Por ejemplo, el libro Bananos, de Emilio Quintana, es un best seller local, más por su valor testimonial que por su prosa, la cual es … pobre, como un trozo de carbón que, por no haber sido trabajado, nunca sabremos si dentro de él se ocultaba un reluciente diamante. Dudo que un libro como este motive la lectura, mucho menos la escritura.
En cambio, la prosa de Manolo Cuadra, en su Itinerario de Little Corn Island, es magistral.
Pues bien. He leído “El Volcán” de Julio Zavala.
Me tuve que detener al finalizar el segundo relato para poder tipificar la estructura de su prosa.
Los textos de “El Volcán” son breves, no menos de dos páginas, no más de tres. Narran eventos muy puntuales y, por su brevedad, las tramas son horizontales, sin recovecos, ni escondrijos, aunque en ocasiones puede saltar el Corre Caminos a sacarnos la lengua como a Wile E. Coyote.
Zavala suele concluir con una lacónica oración con la que emite algún tipo de juicio, una suerte de epitafio que en ocasiones viene aderezado con algo de sarcasmo y que, más que una moraleja, es una invitación a reflexionar sobre las imágenes que quedan en el aire.
La prosa de "El Volcán" es sobria y, a pesar de la profundidad del léxico del profesor Zavala, el vocabulario es totalmente cotidiano, respetuoso, sin palabras soeces, tampoco recurre a vocablos rebuscados, ni frases rimbombantes, ni verborrea innecesaria. Sencillo, acorde con la bucólica simplicidad de su Ranchería natal.
Al leer “El Volcán” sentí que estaba en la acera de mi casa, sentado en una mecedora, acompañado de familiares y vecinos, departiendo animadamente en medio de una sesión de cuentos vespertinos. Muy provinciano, muy Chinandegano.
Es una lástima que los editores no tramitaron el ISBN, la ausencia de ISBN limita la profundidad del mercado de "El Volcán" a Chinandega.
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