La vida es una colección de recuerdos como una colección de estampillas postales. (memorias de Noé R. Palacios E.) |
Primera estampilla: De vuelta a clases
Soy hijo de Noé Palacios Úbeda y Teresa Alicia Espinal Majano, un par de maestros que involuntariamente se convirtieron en comerciantes.
Corría el año 1969, en esos días cada maestro tenía que crear las condiciones materiales que les permitieran ejercer con éxito la docencia y, como el único presupuesto con que contaban era su salario, el magisterio resultaba ser era una verdadera prueba de tesón vocacional. Cada uno de ellos tenía que agenciárselas de todo lo necesario y a como pudieran, desde la obtención de una escoba hasta la adquisición de pupitres.
Sí, uno de mis primeros recuerdos es la imagen de niños que todos los días marchaban en fila india cargando, de ida y de vuelta, los pupitres que utilizarían en sus respectivos salones de clase.
Esas circunstancias le daba a los docentes una suerte de libertad para actuar de acuerdo a sus instintos y propias iniciativas.
El punto de partida, como en casi toda Hispanoamérica, fue la Cartilla Mantilla, la cual tenía su origen en el Libro de Lectura de Luis F. Mantilla, de 1892.
El punto de partida, como en casi toda Hispanoamérica, fue la Cartilla Mantilla, la cual tenía su origen en el Libro de Lectura de Luis F. Mantilla, de 1892.
Después vendrían el libro Victoria, El Lector Nicaragüense, El Silabario Nicaragüense y El Nuevo Sembrador. Eran libros enfocados en la lectura, ya que para impartir ciencias naturales y estudios sociales los maestros recurrían a los famosos resúmenes.
Un resumen iniciaba con los maestros dictando en voz alta, y con esmerada dicción, los textos que describían algún fenómeno, hecho histórico o accidente geográfico. Solían repetir 2 veces cada frase para darle a los alumnos el tiempo suficiente para transcribir la información en sus cuadernos rayados de 100 páginas. Pero ahí no terminaba el asunto porque al día siguiente los escolares, uno por uno, debían recitar de memoria el resumen del día anterior.
Entonces en Nicaragua sólo había 5 librerías y todas quedaban en Managua, debido a ello los padres de familia no tenían acceso a los libros y fue por esa razón que los maestros empezaron a servir de intermediarios.
Pero en ese 1969, el Ministerio de Educación prohibió a los maestros realizar dicha actividad. La disposición ministerial fue recibida tardíamente y mis padres, junto a varios colegas, ya contaban con un bonito inventario de libros, los cuales no podían devolver.
La única forma en que los maestros podrían recuperar el dinero invertido era creando un establecimiento comercial que fiscalmente fuera independiente del magisterio y mis padres así lo hicieron.
Nuestra casa no era muy diferente de las que ahora llaman viviendas de interés social y fue así que, sin más ni más, nuestra diminuta sala de estar se vio invadida por una pequeña pero pesada vitrina de madera que doña Tina Novoa vendiera a mis padres al fiado y por un no menos pesado estante que doña María Antonia Sotomayor les obsequiara.
Escoger un nombre no fue muy sencillo que digamos y después de mucho cavilar mis padres optaron por tomar el título del primer libro que vendieran, el cual resultó ser la "Ortografía Funcional" y es por eso que la librería de mis padres se llama: "Librería Funcional".
Al año siguiente tomaron un préstamo bancario y mi papá hizo la primera de las muchas remodelaciones que haría. Sucede que, para los compradores, entrar por la puerta original no era muy cómodo que digamos y fue por eso que se vieron en la necesidad de modificar la fachada. La pequeña puerta se convirtió en un portón y fue así que la apariencia de mi casa empezó a alejarse de su propósito original, mi hogar se empezó a transformar en un muy formal establecimiento comercial. La sala dejó de ser sala y se convirtió en bodega, algo que aún ocurre en las primeras semanas de cada año escolar.
El crecimiento de la Librería Funcional tuvo lugar debido a varios factores, el principal de ellos es que mis padres eran maestros y eso les facilitaba promocionar los textos dentro del gremio. No menos importante fue el crédito que las grandes librerías de Managua como Recalde, Cultural Nicaragüense, Cervantes, Bolívar y Zambrana le otorgaron al joven matrimonio, en este acto no medió garantía de ningún tipo, los dueños de esos establecimientos valoraron de inmediato el potencial que tenía la pequeña librería de este par de maestros de provincia y no dudaron en correr el riesgo y fue así que los libros llegaron a Chinandega. El complemento, a la confianza de la que fueron objeto, fue la honestidad de mis padres.
Ninguna de las instalaciones físicas de esas 5 librerías capitalinas sobrevivieron al terremoto de Managua de 1972 y sólo tres de ellas reanudaron operaciones durante la reconstrucción.
El terremoto provocó una escasez de material escolar y mis padres empezaron a suplirse a través de librerías ubicadas en el vecindario centroamericano. Para ello organizaban dos viajes de trabajo al año. Eran viajes de trabajo y viajes familiares al mismo tiempo, ya que mi hermano y yo solíamos ir también.
El primer país que visitamos fue Costa Rica. Ese viaje no produjo los resultados deseados porque mis padres consideraron que el costo del material escolar que ahí vendían era demasiado alto para el bolsillo de los padres de familia de Chinandega. Después organizaron un tour que incluyó El Salvador y Guatemala, el cual sí fue exitoso.
Los que vivimos según el calendario escolar contamos con tres períodos vacacionales. Unas vacaciones grandes de dos meses, la Semana Santa y unas vacaciones de medio año de dos semanas.
Ya en El Salvador pasábamos de paso San Miguel, teníamos que llegar a San Salvador a eso de la media noche, sólo así se podría aprovechar, al día siguiente, el horario de atención de las librerías salvadoreñas. Hacíamos las compras y las dejábamos porque la idea era pasarlas recogiendo en el viaje de regreso. Una vez concluidos los recorridos por San Salvador partíamos rumbo a Guatemala.
Solíamos cruzar temprano el puesto fronterizo de La Hachadura porque teníamos que llegar a Ciudad Guatemala a más tardar a las diez de la noche. De Guatemala ya salíamos cargando mercadería, cantidad que se incrementaba cuando recogíamos todo lo que habíamos apartado en San Salvador, desde donde salíamos muy temprano, ya que teníamos que llegar al Guasaule antes de las cinco de la tarde para poder estar en Chinandega a eso de las siete de la noche.
En las vacaciones de medio año íbamos a Honduras. Nuevamente, salíamos por el Guasaule y llegábamos a Tegucigalpa a eso de las cinco de la tarde. Hacíamos las compras y nos regresábamos.
Recuerdo que el trámite aduanero era relativamente rápido porque en el Guasaule había agentes especializados en atender a los pequeños comerciantes que entraban y salían de Nicaragua con mercadería.
Librería Funcional creció y ya en 1975 era el distribuidor exclusivo de las librerías de Managua para los departamentos de León y Chinandega. El negocio iba viento en popa y en tal magnitud que mis padres empezaron a acariciar la idea de manufacturar uno que otro artículo escolar o de oficina.
Librería Funcional creció y ya en 1975 era el distribuidor exclusivo de las librerías de Managua para los departamentos de León y Chinandega. El negocio iba viento en popa y en tal magnitud que mis padres empezaron a acariciar la idea de manufacturar uno que otro artículo escolar o de oficina.
La Librería Funcional logró sobrevivir la guerra del 78-79 pero mis padres tuvieron que postergar sus planes indefinidamente.
Casualmente, y sin que mis padres lo sospecharan, la intención que ellos tenían de incursionar en la actividad manufacturera fue lo que me motivo a escoger la carrera universitaria que cursé. Sucede que cuando solicité mi beca, en el Consejo Nacional de Estudios Superiores (CNES) me entregaron un libro en el que estaban listadas todas las especialidades que se podían estudiar en la Rusia Soviética, para que se den una idea, el libro era tan grueso como la Biblia Latinoamericana. Esa fue la primera vez que tuve que tomar una decisión bajo presión, era una especie de ahora o nunca, esa tarde tenía que escoger algo que resultara razonable para el país y para mí, esa tarde tenía que tirar los dados y jugarme mi futuro. Empecé a hojear la sección de ingeniería química y todo era sobre el petróleo, petróleo aquí, petróleo allá, de pronto, no sé cómo, mi vista se enfocó en una especialidad que sonaba bastante rara: Ingeniería química con especialidad en celulosa y papel. "¡Papel!, en la librería se venden libros, los libros están hecho de papel, esto es lo que debo estudiar", me dije. Por supuesto que yo no sabía a lo que me estaba metiendo, pero este fue el mayor golpe de suerte que he tenido en mi vida, ¿se lo imaginan? esa decisión me sacó de Chinandega y me puso en Sankt Petersburgo.
Librería Funcional, mal que bien, soportó la embestida de la guerra de los 80's y, a pesar de haberse descapitalizado en su totalidad, pudo, cual Ave Fénix, resurgir a partir de 1990.
En la actualidad, la Librería Funcional sigue siendo el principal proveedor de libros y textos para escolares de la ciudad de Chinandega.
Estimo que, a lo largo de 55 años, al menos 1 millón de chinandeganos adquirieron alguna vez un libro en Librería Funcional.
5 comentarios:
Excelente testimonio, hay veces uno pasa y no se da cuenta del tiempo y esfuerzo que se ha hecho.
Bella anécdota. Un abrazo a toda la familia !
Muy interesante. Muchas veces no podemos imaginar el esfuerzo y el sacrificio que hay detrás de un negocio exitoso.
Ciertamente el relato histórico que usted nos hace nos ubica en las realidades por las cuales pasan los emprendedores para como nos dice el comentario anterior nos pongamos en los zapatos de aquellos a quienes les tocó tal suerte
Con este poema conozco más del tigüilote. Su tallo y ramas secas es útil para leña.
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