No era el único nicaragüense en La Capital del Norte, pero sí quizás el que estableció los lazos de amistad más fuerte con los petersburgueses. Varias circunstancias se confabularon para que esto fuese así, la principal es que la Colonia de Nicaragüenses era sustancialmente pequeña, si la comparamos con la población de estudiantes nicaragüenses que había en Moscú, Kiev, Járkov y otras ciudades de la extinta Unión Soviética. A eso hay que agregarle que, a mi llegada, en la AcademiaForestal de Leningrado, sólo éramos 4 los nicaragüenses que ahí estudiábamos.
Juan Romero, Juancito, de Managua. Angela Rodríguez, Angelita, de Estelí. Héctor Rodríguez, El Animal, de León y, finalmente, yo, el Ñoño de Chinandega.
Juan Romero, un talentoso profesional que hacía un doctorado en silvicultura. Vivía a 1 km de mi albergue estudiantil y pasaba la mayor parte del tiempo metido en algún bosque de la taiga. Eventualmente, y según el Dr. Jaime Incer Barquero, se convirtió en el máximo conocedor del Río San Juan. Juancito era un tenor natural y con relativa frecuencia se presentaba en los conciertos universitarios, él no necesitaba de acompañamiento, pero en más de una ocasión, a solicitud suya, lo acompañé con la guitarra. Juancito era homosexual y se comportaba insoportablemente indecente cuando se echaba sus tragos, por esa razón dejé de frecuentarlo. Debido a su promiscuidad, fue víctima de un sonado crimen pasional hace unos cuantos lustros.
Angelita llegó un año antes que Héctor y yo. No me consta, pero aparentemente era madre soltera y antes de eso había sido monja. Su pasado religioso, y su supuesta mala experiencia amorosa, explicaba su comportamiento huraño hacia los varones, siempre estaba a la defensiva, con temor de que alguno de nosotros quisiera aprovecharse de ella. Por esa razón nuestra amistad no se profundizó.
Héctor estudió conmigo en la Preparatoria del Tecnológico de Voronezh, pero en un grupo diferente al mío y no hicimos amistad. En la Prepa, sus compañeros de grupo, le apodaron "El Animal", por sus fuertes aptitudes hacia las matemáticas. Al llegar a Peter, optamos por compartir nuestra habitación, la compartimos por 4 años y medio y, a pesar de ello, nunca entablamos amistad, es más, hasta en una ocasión estuve tentado de darle una buena cachimbiada, motivos tenía. Simplemente, nuestros intereses y costumbres eran totalmente incompatibles. Héctor tenía una larga lista de defectos y vicios, pero debo reconocer que era estudioso, puntual con sus obligaciones estudiantiles y con un buen rendimiento académico. Pudimos convivir todo ese tiempo porque, a pesar de todo, él no se metía en mis asuntos y yo no me metía en los de él.
Conmigo estudiaban 9 cubanos, pocos, en comparación con la población de isleños en las otras universidades petersburguesas. Con los cubanos me llevé muy bien, hice fuertes lazos de amistad que aún conservo, pero ellos eran un colectivo que tenía un reglamento interno bien peculiar y estricto, por esa razón opté por respetar los límites no escritos que había entre ellos y yo. Con mis amigos cubanos restablecí comunicación hace unos cuantos años. Al igual que entonces, trato de ser respetuoso de los límites no escritos que aún perduran entre nosotros.
Finalmente, vivía lejos del resto del grueso de la colonia de nicaragüenses, a 1 hora de ida y otra de vuelta, en metro. Demasiado tiempo para ir a socializar de manera cotidiana.
Todo esto provocó que, en mi primer año de universidad, no me integrara a ningún círculo social de estudiantes de habla hispana, sino que, me vi en la necesidad de socializar con los estudiantes soviéticos. Con mis amigos de la Academia Forestal de Leningrado siempre me he mantenido en contacto.
A pesar de lo anterior, nunca padecí del llamado mal de patria y, en eso, mucho tuvo mucho que ver – La Escuela 148.
Tercera Estampilla – La Escuela 148 - Una Historia de Amor en Tres Actos
Era la 1ra semana de septiembre de 1984, atrás había quedado mi primer verano en la Rusia Soviética, acababa de llegar a Peter proveniente de la ciudad de Vorónezh, en donde cursé mi Preparatoria. A Peter llegué con unos 90.00 Rublos, suficiente para alimentarme por 1 mes.
Una de las primeras cosas que los nicaragüenses aprendíamos, al llegar a Rusia, era el concepto de “La Crisis”, es decir, cuando del estipendio no te quedaba un sólo Kópek. Con el concepto de La Crisis también aprendíamos que se valía pedir ayuda y que no había necesidad de dar mayores explicaciones, ya que bastaba con acercársele a algún bróder y decirle – “Loco, no me dejés morir” – y, por regla general, ese día, siempre encontrabas a un nica que te diera de comer.
No tengo la menor idea de como supieron de mi llegada, pero el asunto es que, una tarde de esa 1ra semana de septiembre de 1984, así no más, de romplón, 5 estudiantes nicaragüenses del Instituto de Pediatría golpearon la puerta de mi cuarto y se me presentaron. El verano estaba terminando y, como consecuencia de ello, todos andaban en Crisis, así que, además del genuino deseo de concerme, también llegaron con la esperanza de salir con la barriga llena.
En el extranjero, un encuentro entre paisas siempre es motivo de alegría y celebración, es por eso que, esa improvisada reunión, tuvo un efecto sumamente emocional, tanto para ellos, como para mí. Invitar a 5 nicas a comer, y hacer mis primeras amistades universitarias, no me iba a costar más de 10.00 Rublos, además, era una excelente inversión porque de esa manera me integraba a lo que yo más tarde llamé - "El Ruteo".
Cada colonia de estudiantes nicaragüenses, en las distintas ciudades de Rusia, tenía sus propias tradiciones, los de Peter teníamos - “el Ruteo”. Usualmente uno entraba en crisis en la última semana del estipendio, ese era el momento en que uno iniciaba el recorrido por "La Ruta de la Vergüenza". Un día uno iba a donde algún bróder y, después del - "Loco, no me dejés morir" - era convidado a comer, al día siguiente se visitaba a otro bróder y se repetía la rutina, y así, hasta el día en que recibías el estipendio. En ese momento, ya con dinero en el bolsillo, uno se convertía en el anfitrión de aquellos que andaban "Ruteando la Crisis" y que intempestivamente te visitaban en busca de alimento.
Bueno, la cosa es que esa tarde, al invitar a los del pediátrico a comer, me integré al Ruteo, lo que me dio el derecho a hacer el papel de mendigo cuando eventualmente entrara en Crisis.
No tenía provisiones, pero eso no fue un problema mayor, ya que fuimos al Supermercado de la vecina avenida Svetlanovsky a comprar carne, papas y todo lo necesario para cocinar una opípara cena. Las visitas al supermercado siempre son una excelente oportunidad para socializar y para hacer nuevas amistades. Esa tarde no fue la excepción.
Primer Acto. Eramos 6 nicaragüenses y era imposible que pasáramos desapercibidos, ya que entre nosotros hablábamos en español. Al finalizar las compras, mientras hacíamos la fila en una de las cajas, un grupo de niños, que vestían los típicos uniformes escolares azules y pañuelos rojos, se nos acercó y, en el más surrealista y castizo español que ustedes se puedan imaginar nos preguntaron – “disculpen, y vosotros, ¿de dónde sois?”
¿Se lo pueden imaginar? – Yo era egresado de un colegio conducido por frailes dominicos provenientes de España y el último lugar en el mundo en donde yo esperaría escuchar el más castizo de los acentos era en el supermercado de la Svetlanovsky, y, menos aún, proveniente de tres mocosos de unos diez de años de edad.
“De Nicaragua” – atiné a responder una vez sobrepuesto y continuamos la conversación, siempre en español. Acabo de recordar, ellos llevaban unos bananos verdes y se los querían comer de inmediato, quisimos explicarles que aún no estaban de punto, que tenían que esperar a que se pusieran amarillos y con motas oscuras, pero uno de ellos no se contuvo, peló uno de los bananos, todavía me parece escuchar el crugir de la cáscara que arrancó, le dio un mordisco y por supuesto que de inmediato escupió el bocado de aquel almidonoso plátano. Nosotros sólo nos reímos y continuamos nuestro camino bajo la custodia de los extremadamente curiosos niños.
A simple vista la Escuelita no tenía nada en especial, era una típica escuela de educación media soviética, un edificio de 4 pisos en forma de “H” con canchas deportivas a su alrededor, un sobrio jardín a la entrada y una malla ciclón común y corriente resguardando el perímetro. El Supermercado quedaba a una cuadra de mi residencia y, a medio camino, al lado derecho de la acera, estaba la Escuela 148.
Quedamos atónitos, veníamos de un país en donde los niños terminan la escuela y con dificultad conocen su lengua natal, no digamos un idioma extranjero - ¡y sólo tenían diez años! - les harían falta unos cinco para concluir la escuela y ya tenían pleno dominio del español. Finalmente llegamos a mi residencia y nos despedimos.
Segundo Acto. Días después, en el vestíbulo de mi residencia, alguien preguntó por mí y bajé rápidamente, estaba en espera de mi novia que me visitaba desde Vorónezh un par de veces al mes. Para decepción mía lo que vi fue a tres escolares vestidos con sus trajes azules y pañoletas rojas que traían consigo una invitación para ir a la Escuela 148 a celebrar el Día de la Raza - 12 de Octubre - una fecha que tiene una enorme importancia para el Gimnasium Cervantes. Los niños insistieron en que tenía que responder en ese mismo instante.
Durante varios minutos estuve inventando excusas para no ir y los bandidos siempre encontraban una solución. Eventualmente resultó obvio que ellos no iban a aceptar una negativa de mi parte. Me sentí incómodo, forzado a hacer algo que no quería hacer, pero ante tanta insistencia tuve que acceder, al fin y al cabo, iba a ser sólo una tarde, el semestre estaba empezando y no había mucha presión en las clases. Acordamos que sería el siguiente viernes, después de las 5 de la tarde. Escogí viernes por cualquier imprevisto en el Laboratorio. Les di esa hora porque así no perdería clases. También creo que en el fondo había algo de esperanza de que ellos dijeran – “no se puede ese día” – o que dijeran – “no se puede a esa hora”. Pero no, ellos dijeron – “está bien, lo esperamos el viernes a las 5 de la tarde”.
¿Recuerdan el final de la película "Encuentro Cercano del Tercer Tipo"? Richard Dreyfuss está por entrar a la nave espacial, alrededor de él hay un montón de pequeños alienígenas y él está feliz porque no sólo fue bien recibido, sino porque, de alguna manera, hubo comunicación entre él y los grises extraterrestres. Pues bien, así me sentí yo, esa tarde hubo comunicación entre la Escuela 148 y yo, esa tarde hablamos el mismo idioma, y no me refiero al ruso, tampoco al español.
La Escuelita, así la bautizamos los nicas, era un centro de enseñanza media especializada en el idioma español, la analogía más cercana que viene a mi mente es el Colegio Americano de Managua, en donde las clases son impartidas en inglés, pues bien, más o menos así era la Escuelita, sólo que el "idioma oficial" era el castellano. Fue entonces que comprendí porque los niños hablaban con castiza fluidez, bueno, al menos hasta que aparecimos nosotros.
Acordamos volver a reunirnos y de pronto, sin querer queriendo, fueron todos los miércoles, siempre después de las 5 pm. Al poco tiempo invité a otros nicaragüenses, era una extraordinaria experiencia que valía la pena compartir. Fue así, que los niños empezaron a practicar nuestros bailes folclóricos con Gloria Castillo, de Granada, estudiante de economía. Mientras tanto, yo les enseñaba a tocar la guitarra y a cantar canciones de los Mejía Godoy y Camilo Zapata. Poco a poco, una buena parte de los niños abandonaron su acento castizo y empezaron a hablar como nicaragüenses. El daño estaba hecho, empezaron a vosear y, lo más cómico del asunto es que también empezaron a muquear las "s", tal y como lo hacemos nosotros. No se imaginan lo estimulante que era ver los esfuerzos que hacían esos niños por hablar en "nicaragüense".
Esa es la razón del porque en mi vecindario yo me sentía como en Nicaragua. Imagínense, siempre que iba al supermercado me topaba con alguien, que tal vez no era del Club de la Amistad Internacional de la Escuelita, pero que me conocía y, como si de vecinos de toda la vida se tratara, se me acercaban y me saludaban, algunas veces me llamaban por mi nombre y me abordaban a medio camino – “hola Noé, ¿Cómo estás?, ¿Cómo van las clases?, ¿Y tu papá, y tu mamá, están bien?” - todo en español, por supuesto. Esa inusual y confianzuda actitud era alimentada por el voraz apetito que esos niños tenían por practicar el español.
Ya para el otoño del 88 empecé a llegar menos, se acercaba el final de mis estudios. En la primavera del 89 dejé de ir, la defensa de mi trabajo de grado me absorbió y, fue así que, sin darme cuenta, llegó el verano y, con él, mi diploma y el boleto de regreso a Nicaragua.
Creo que no me despedí de nadie, al menos creo que no lo hice de la manera más apropiada, creo que no estaba consciente de que me iba, de que me iba por toda la vida, de que me iba para siempre.
Lo que en esos años compartí con
La Escuelita fue algo más allá que el amor por el idioma, nunca privó en nosotros ningún tipo
de interés personal, simplemente era mutua y genuina vocación humanista, era
como yo quería ... como aún quiero que sea el mundo.
Hoy en día, gracias al Internet, y a las redes sociales, restablecí, y mantengo, comunicación con los miembros más destacados del Club de la Amistad Internacional - Paloma - de la Escuela 148 de aquellos fascinantes años 80's.
Elena Alexándrovna, Lensana para los parientes – profesora de español. Más que una mentora, ella era una especie de hada madrina que siempre estaba pendiente de las travesuras de sus 5 simpáticas princesas. Recuerdo que durante varios meses estuve a la caza de una guitarra alemana, muy apetecida por su calidad y muy costosa, finalmente apareció en la tienda de música de la Grazhdansky y pude reservar una, pero me dieron un plazo de 24 horas para conseguir el dinero. Entonces fui donde Lensana, le expliqué, y ella me prestó la plata sin un ápice de duda. Me tomó 12 meses de Crónicas Crisis, pero en el transcurso de un año le reembolsé el dinero. Un año entero Ruteando por la bendita guitarra, pero valió la pena. Lensana nunca me recriminó nada, tampoco creo haber hecho algo que le avergonzara. Ya se retiró, pero antes de jubilarse, en el 2007, fue galardonada con el reconocimiento de “Maestra Insigne”, un reconocimiento que le entregan a los Mejores y más Abnegados Maestros de Todas las Rusias.
Recuerdo a las niñas, a los niños les pido mis disculpas, sé que los hubo, pero quienes se grabaron en mi mente fueron las niñas. Nada pecaminoso, sólo que eran ellas las que mostraron más interés en mí y estaban siempre alrededor mío, es por eso que siempre las tengo presente. En cambio, los varones más bien se alejaban, creo que tenían algo de celos por las atenciones que las niñas me brindaban.
Hubo dos Anna, ambas nos acompañaron durante un año, el primero, porque en ese año terminaron la escuela.
Anna Aránova, de cabellos claros y
franca sonrisa, de origen judío, ahora vive en Israel y hasta donde sé, está integrada a un muy
exitoso kibutz. Practica el buceo, con tanques de oxígeno y todos los aperos necesarios para practicar dicho deporte.
Anna Rodchenko, rubia también, aunque su cabello era un poquito más oscuro que la primera, poseía una sonrisa algo recatada, como diciendo – si quiero, puedo ser más expresiva. En la actualidad es filóloga y trabaja como traductora profesional de español, italiano y portugués. Ahora su sonrisa es más expresiva que entonces.
Marina Davidenko, rubia, chaparrita y frágil, con unos bellos y melancólicos ojos verdes y boca menuda. Ahora de adulta escribe versos, me gusta como escribe, aunque debo admitir que en ocasiones no entiendo lo que escribe, después de todo mi ruso no es tan bueno como algunos creen. Intercambiamos correspondencia de vez en cuando, pero cuando lo hacemos, lo hacemos en serio y aunque sea una vez al año. Vive en España, está felizmente casada, con dos hijos, el primero estudia biología marina y el menor es un prodigio del piano.
Elena Kruglyakova, trigueña, poseedora de una extensa sonrisa y un par de ojos que se distinguían por un brillo algo pícaro. Tenía la aventura dibujada en su rostro. He visto sus fotos recientes, la sonrisa sigue igual y sus ojos ahora lucen aún más pícaros que en aquellos días. Vive en Peter y es propietaria de una exclusiva y prestigiosa escuela privada que funciona bajo el método Montessori.
Tania Kruglyakova, chaparrita, rubia, hermana menor de Elena, hasta hace poco supe esto. No recordaba su nombre, aunque cuando me envió su foto la reconocí de inmediato. La recuerdo seria, alejada, tímida más bien, sí, la timidez va acorde con el estereotipo de las hermanas - la una extrovertida y a veces mandona, la otra tímida, obediente, casi sumisa, aunque en ocasiones un poco refunfuñona. Fue con Tania con quien primero restablecí pleno contacto. Bendito sea Dios por el Internet. Tiene un Ph.D en Filología, con especialidad en Logopedia, casada en segundas nupcias con un PhD. en Historia, tiene 3 hijas, una de ellas arqueóloga, las otras aún estudian. Ella y su esposo dan clases en la Universidad Estatal de Sankt Petersburgo.
Sveta Alam – Ella fue quien mejor y más rápido adquirió el acento nica. Trigueña, alta y esbelta, en ocasiones podía lucir algo frágil, pero tras esa aparente fragilidad se escondía un temperamento firme y audaz. Ahora ella es arquitecto y está felizmente casada, con una bonita familia. Tiene dos hijos que aún estudian, vive en Suiza. Durante el invierno hacen esquí en los Alpes y en los veranos suelen ir a alguna costa del Mediterráneo. Solemos comunicarnos por medio de mensajes de texto y video. La primera vez que la escuché, a través del Internet, noté que, con los años, recuperó su acento castizo. De todos los miembros, del Club de la Amistad Internacional - Paloma, es con quien mantengo más correspondencia. Es más, de vez en cuando, hasta practicamos una que otra canción nicaragüense. Ella y su esposo, arquitecto también, participan con mucho entusiasmo en la vida cultural de Ginebra, promueven el teatro, la danza, las bellas artes y la literatura. Algún día les visitaré.
Les mentiría si les dijera que el Lobo Feroz no
fue tentado, que no estuvo a punto de abalanzarse imprudentemente sobre las indefensas Caperucitas
Rojas de la Escuela 148, pero cada vez que el carnal e impúdico instinto
alimentaba mis indecorosas intenciones, recordaba un pequeño verso que en su
momento nos enseñaron en el Colegio San Luis Beltrán de Chinandega ...
Les mentiría si les dijera que nunca me he hecho la pregunta de - ¿y si me les hubiera insinuado? – Sin embargo, no me arrepiento de haber mantenido la distancia, sino todo lo contrario, después de todo, mi relación con La Escuelita contribuyó enormemente a que mi estancia en la Rusia Soviética fuese extraordinariamente interesante.
Corolario. En una ocasión, Luis Enrique Mejía Godoy se presentó en una de las tantas Casas de Cultura de la Capital del Norte. La gira no fue promocionada de la mejor manera y, en los tres días que duró su gira por la ciudad, el teatro estuvo vacío. A sus presentaciones sólo asistimos: los estudiantes nicaragüenses, unos contados latinoamericanos, y los niños de la Escuela 148. Sin embargo, esas presentaciones fueron vigorosamente reconfortantes para los estudiantes nicas. Recuerdo que, en determinado momento, volteé ver hacia donde estaban los niños de la Escuelita y, cual no fue mi sorpresa al verlos bailar frenéticamente al ritmo de los calipsos de Mancotal. En aquellos días, ese era un comportamiento impensable para el sumamente discreto, reservado, casi inexpresivo y gélido temperamento de la Rusia de los Soviets. Sus sonrisas lo decían todo, estaban extasiados, esa noche ellos fueron nicaragüenses.
No pierdo la esperanza de que algún día ellas vengan a vacacionar a Nicaragua.
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