lunes, 24 de abril de 2023

¡Escribe! ... ¡Maldito! ... ¡Escribe!

En la actualidad, el Sentido Común, basado en la evidencia científica acumulada hasta la fecha, toma como verdad que, los orangutanes, los gorilas, los chimpancés y el Homo sapiens, compartimos un ancestro común y que esto se refleja en el hecho de que, en promedio, compartimos un 95% de nuestro ADN. Es más, en los Homo sapiens contemporáneos hay un 1% de restos genéticos de los finados Neandertales. Finalmente, la diferencia genética entre cada uno de nosotros es de apenas del 0.1%. En otras palabras, somos prácticamente idénticos los unos con los otros.

Hace unos 12 millones de años, los orangutanes se empezaron a alejar de todos los demás homínidos, los gorilas lo hicieron hace 7 millones y los chimpancés hace unos 5 millones de años. Es por esa razón que somos morfológicamente similares, pero, al mismo tiempo, sustancialmente diferentes.

El asunto es que, entre más temprana fue la separación, de una especie de las otras, mayores son las diferencias entre ellas. Por el contrario, entre más tardía fue el cisma, pues mayores son las similitudes.

A través de los años, como una secuela del geocentrismo medieval, hemos apreciado el mundo a través del cristal de un egolátrico antropocentrismo y nos hemos hecho la idea de que somos la cúspide del desarrollo evolutivo. La verdad de las cosas es que, en los asuntos concernientes a la Evolución, no es válido el concepto de Desarrollo, ya que, lo que único que constantemente ocurre, no es otra cosa que un consistente y continuo proceso de Adaptación. Las Especies no nos desarrollamos, nos adaptamos.

¿Qué significa esto? 

Pues que, todo aquello que nosotros consideramos como nuestros más preciados y extraordinarios logros, biológicos, cognoscitivos y sociales, son aterradoramente circunstanciales y patéticamente frágiles, ya que, sin importar las previsiones que tomemos, siempre será más fácil perderlos, que adquirirlos.

Si hacemos a un lado nuestra arrogancia antropocéntrica, podremos observar, con suma facilidad, que lo único que nos diferencia de los otros homínidos que pueblan, o habitaron nuestro planeta, es nuestra capacidad de comunicarnos a través de la escritura.

La escritura es, hasta la fecha, el medio más exitoso para preservar y transmitir el conocimiento, después de todo, a las palabras se las lleva el viento, mientras que, lo que está escrito, escrito queda.

La tecnología audio visual contemporánea es fascinante y más aún lo es ese engendro al que, narcisíticamente y llenos de pompa, a algunos les ha dado por llamar - Inteligencia Artificial.

Las consecuencias de estas nuevas formas de comunicarse son totalmente imponderables, el caso es que, así como pueden ayudarnos a preservar nuestra civilización, también pueden destruirla, y no me refiero a una guerra cibernética como las que nos muestran en las películas de ciencia ficción, sino a su impacto en el proceso evolutivo del Homo sapiens.

Sucede que nosotros somos seres que dependemos enormemente de nuestro sentido de la vista, ella es la principal fuente de nuestros recuerdos y de nuestro aprendizaje, la vista es el insumo que nutre a nuestro pensamiento abstracto. Para poder entender un concepto, primero debemos visualizarlo gráficamente y, después, describirlo textualmente.

Es casualmente, en todo lo concerniente al pensamiento abstracto, en lo que estas nuevas formas de comunicación interfieren, y no tanto por el riesgo de que nos conviertan en objetos de manipulación sicológica, sino porque estas nuevas formas de comunicación son tan explícitas que no dejan nada a la imaginación, lo cual podría conducir a un proceso involutivo de nuestras aptitudes cognoscitivas, ya que reduce, significativamente, nuestro apetito por conceptualizar todo lo que nuestros ojos perciben.

La única manera de promover el pensamiento abstracto es a través de los procesos de lectoescritura. Tomemos como ejemplo el poema de Rubén Darío – Sinfonía en Gris Mayor.

En la actualidad, esta pasmosa descripción sería sustituida por una espléndida escena fílmica de apenas unos cuantos segundos de duración. La visualización explícita de esta secuencia de imágenes tiene tres graves consecuencias. 

La Primera. Para poder realizar dicha descripción, el autor tuvo que realizar un ejercicio mental extraordinariamente exigente. Este ejercicio mental, del autor, tuvo que haber iniciado con la apreciación visual del sitio referido, lo cual permitió que dichas imágenes se quedaran, contemplativamente grabadas, en su memoria. Finalmente, para poder realizar tan magistral descripción, el autor tuvo, no sólo que conceptualizar todo lo que observó, sino que además asociarlo con aquellas cosas que pudieran ayudarle al lector a recrear, en los más recónditos y profundos recovecos de su imaginación, el espectáculo visual plasmado en las estrofas del poema. 

La Segunda. El lector también debe realizar un ejercicio mental igual de exigente. Debe poder visualizar, e identificar, mentalmente, cada una de las entidades, cuyas características distintivas deberán ser incorporadas para que, en su conjunto, puedan constituir los elementos del paisaje en cuestión. 

Finalmente, ambos ejercicios mentales estimulan al cuerpo para producir ciertos tipos de sustancias que suelen estar asociadas al placer, al bienestar emocional.

Pues bien, todo lo anterior no tiene lugar cuando se trata de escenas visualmente explícitas. Puede parecer una tontería, pero no lo es. 

Para terminar, quiero hacer notar que los libros han demostrado, a lo largo de varios miles de años, que son capaces de preservar el conocimiento. Los medios modernos, no sólo requieren de un complejo sistema de mantenimiento, sino que, además, son notablemente delicados, susceptibles a las exigencias climatológicas y, por ello, no hay una garantía de que puedan preservar el conocimiento mejor de como lo han venido haciendo los libros. 

Es por eso que, no está mal que disfrutemos de las novedades de la tecnología audiovisual digital, pero, en vez de ser un sustituto, debe ser más bien un complemento de la comunicación escrita.

Debemos estar alertas y encontrar la manera de continuar promoviendo la comunicación escrita, sostén de nuestras aptitudes cognoscitivas.

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