(a la Dra. Ivette Olivas y Dr. Ramiro Argüello)
Habían pasado casi diez años desde que empezó a recibir tratamiento siquiátrico y se acordaba de lo difícil que le había resultado explicar lo que experimentaba — “tengo sensaciones” — era la mejor frase que se le ocurría para definir sus emociones.
Es por eso que en un inicio sus entrevistas eran improductivas, pero eso cambió cuando, gracias a una suerte de revelación, pudo finalmente describir lo que durante sus crisis lo inquietaba.
— Doctora, lo que yo siento es un enorme sentimiento de culpa y un gigantesco temor.
Para él era inolvidable esa tarde, ya que, inmediatamente después de haber pronunciado esa frase, percibió un inusual alivio y, como por arte de magia, volvió a ser la persona que una vez había sido, al menos, hasta la siguiente crisis.
Pero gracias a que al fin consiguió definir lo que sentía fue que pudo empezar a observar y a discriminar que eventos y que circunstancias le provocaban algún tipo de reacción emocional adversa, aprendió a conocerse a sí mismo y a describir mejor su estado de ánimo, lo cual hizo posible que al cabo de unos años su doctora pudiera emitir un diagnóstico confiable.
— Usted padece de algo que los siquiatras llama-mos trastorno afectivo bipolar — dijo la doctora mientras escudriñaba las primeras notas que había hecho sobre su paciente y, cuando encontró lo que quería leer, continuó — inicialmente su pronóstico era reservado, pero debo felicitarle, ha hecho grandes avances y ahora su pronóstico es favorable.
A partir de ese día su progreso fue en una especie de espiral ascendente. Su apetito por aprender lo dirigió hacia el estudio de la bipolaridad y, poco a poco, pudo identificar los síntomas asociados con sus crisis, tanto depresivas como maníacas. Eso, en combinación con la medicación, permitió que llevara una vida que, para efectos prácticos, se podría considerar como normal.
Para él, ir a consulta era como ir al confesionario, hacía una especie de acto de contrición porque repasaba los eventos, las circunstancias y sus consecuencias emocionales.
Acostumbraba aprovechar la espera en el consultorio para escoger las palabras que usaría, su propósito era el poder recrear, de la mejor manera, sus vivencias de las últimas semanas y, en esa ocasión, no iba a ser la excepción.
Cuando llegó al consultorio no había nadie esperando, la asistente de la doctora le ofreció asiento y le indicó que en breve sería atendido, tomó un folleto de la mesita que estaba en el centro del recibidor y se sentó, siempre aprovechaba el tiempo de espera para leer algunos de los brochures sobre los fármacos usados para el tratamiento de las diferentes afecciones, los leía con detenimiento porque en ellos se describen los síntomas asociados a cada una de ellas y eso solía ayudarle a ordenar mejor sus ideas.
Minutos después entró una mujer. Vestía casual, pero de negro riguroso, una chalina negra cubría su cabeza, tenía un rosario en su mano izquierda y con su dedo pulgar hacía pasar las cuentas una tras otra, sin parar. Era obvio que la mujer no rezaba, así que supuso que ese movimiento con el rosario era más bien un tic nervioso. |
Con el dedo índice se limpió un sedimento lagrimoso que se estaba formando en el ojo derecho y de inmediato hizo un gesto de indolencia, como queriendo decir que no tenía interés en entablar conversación alguna. Pero la mujer hizo caso omiso al ademán.
— Es la tercera vez que vengo y la primera que vengo sola, dicen que estoy loca, la verdadera locura fue traerme aquí.
No respondió, en otros países hay grupos de apoyo en donde todos hablan sobre sus emociones y supuestamente todos aprenden porque cada participante es como un espejo en el cual se pueden ver a sí mismos, pero eso únicamente lo había visto en películas, no la conocía y no tenía la intención de convertir la espera en una sesión hollywoodense de mutua ayuda, además, la apariencia de la mujer era un indicador de que en su cabeza algo no calzaba con los estereotipos contemporáneos y no tenía el más mínimo interés en saber el porqué, al fin y al cabo de estrafalarios y extravagantes está lleno este mundo.
Pero, a pesar del silencio, la mujer continuó.
— ¿Sabe por qué pende la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro en este consultorio?
Consciente de lo peculiar de la situación y, con la intención de no ser descortés, apeló a su instinto de solidaridad y le respondió.
— No lo sé, pero según una amiga mía, ella es la protectora de los enfermos mentales y de los suicidas — dijo lacónicamente.
— ¿A poco? Primera vez que escucho eso, pero sabe, hace mucho sentido, algunos fariseos tomaron a Jesús por loco, también podría considerársele un suicida, después de todo Pilato le ofreció una tabla de salvación que él rechazó, ya que él estaba predestinado, tenía que morir crucificado, esa era su misión desde el momento en que fue concebido.
El aire del consultorio se tornó pesado ante semejante blasfemia, pero él, siendo un creyente y al mismo tiempo un secular militante, sólo se limitó a sonreír y a asentir con un leve movimiento de cabeza.
— ¿Y usted como sabe eso de la Virgen? — continuó la mujer.
La conversación le estaba incomodando porque estaba desviando la atención de sus pensamientos, lo cual podría afectar su entrevista con la doctora, pero a pesar de ello respondió.
— Mi amiga, que es pintora, al saber que estaba en tratamiento siquiátrico, me pinto una imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro — suspiró por-que supo que ahora ya no podría evadir la conversación, que tendría que contar lo que su amiga le había relatado y, por eso, continuó — y, como buena pintora que es, ella conocía la historia detrás del icono bizantino, historia que me contó cuando me obsequió la imagen que ella me hizo... La Virgen del Perpetuo Socorro es conocida también como Nuestra Señora de la Pasión o simplemente La Pasionaria.
Y sin esperar solicitud alguna, le empezó a contar la leyenda alrededor del icono bizantino.
““Hubo una vez, una muchacha que padecía de insomnio, la falta de sueño fue tan extrema que la pobre chavala, en un acto de desesperación, intentó quitarse la vida y, cuando estaba entre la vida y la muerte, le apareció la Virgen, entonces ella le dijo que si la curaba del insomnio, dedicaría su vida al servicio del Señor y que para ello se haría monja. La muchacha sobrevivió y, al despertar, olvidó su promesa. La cosa es que nunca más volvió a padecer de insomnio. Pasó el tiempo, la muchacha se casó, tuvo hijos y, en una de tantas noches, en sueños, nuevamente se le apareció la Virgen, le dijo que la liberaría de su promesa si iba a una aldea, ahorita no preciso cual, pero bueno, la cosa es que ella debía presentar su reverencia al icono de la Virgen y el Niño con los Instrumentos de la Pasión que pendía en un cubículo de la iglesia, pero no sólo eso, también tenía que entregar, como penitencia, siete monedas de plata que servirían para adornar la imagen, finalmente, tenía que contarle lo ocurrido al rector de la iglesia… la historia se propagó y pronto, de manera espontánea, surgió una multitud de devotos que empezaron a venerar a la milagrosa imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro… y es así que, gracias al milagro que obró sobre la muchacha, La Pasionaria es conocida como la protectora de los enfermos mentales y de los suicidas”.”.
— Interesante, ¿Y usted qué opina?
— Que Dios actúa de manera misteriosa.
— ¿Escucha usted voces o ve visiones? — preguntó la mujer.
— A mí me atacan los pensamientos psicóticos.
— ¿Cómo es eso?
— Imagínese que voy por la calle y me topo con una mujer y esa mujer hace un gesto, si ando maníaco, debido a ese gesto, pensaré que esa mujer se interesó carnalmente en mí y esa idea me obsesionará y las consecuencias de esa obsesión son impredecibles, pero si ando en una fase depresiva pensaré que la mujer me vio con desdén, esta idea al igual que en el caso anterior me obsesionará, en ambos casos mi día a día se verá afectado negativamente de tal manera que eventualmente entraría en crisis y hasta podrían tener que hospitalizarme.
— ¿Y cuál es la verdad?
— Posiblemente, ni lo uno ni lo otro, es muy probable que la mujer ni siquiera se haya percatado de mi presencia y menos aún de que yo la estaba viendo.
Ambos guardaron silencio por un rato y, ya que habían conversado cordialmente, se atrevió a preguntar.
— ¿Y usted escucha voces?
— No, yo no escucho voces, yo escucho los pensamientos de las ánimas del purgatorio, se me meten en la cabeza, como si fuera telepatía — la mujer guardó silencio, ahora movía las cuentas del rosario de manera acelerada y, mientras ob-servaba indolentemente como giraban las aspas del abanico del techo, continuó — sabe, ellos nos ven, nos escuchan, no sienten dolor, pero sufren, y mucho... ellos se atormentan enormemente cada vez que nos ven sufrir, se angustian cada vez que pecamos y se desesperan porque saben que no nos pueden ayudar... en nada nos pueden ayudar... no existe en este mundo un sufrimiento que se le pueda comparar... las penas de las ánimas del purgatorio es una depresión tan grande, pero tan grande, ayúdeme a decir tan grande, que los pobres estarían dispuestos a soportar nuevamente todos los males y sufrimientos de esta vida con tal de no padecer las aflicciones del purgatorio.
— Si así es el purgatorio… ¿Cómo será el infierno? — comentó, pero sin burlarse.
En ese momento la asistente de la doctora salió.
— Señor, ya puede pasar, la doctora lo está esperando.
— Gracias.
Se levantó, colocó el folleto sobre la mesita, se quitó su gorra de mezclilla, la colocó en unos de los bolsillos de su pantalón y entró al despacho de su doctora.
Cuando salió de su sesión, vio que la mujer seguía de pie.
— ¿Y usted qué piensa? ¿Cree que estoy loca? — inquirió la mujer.
— No me toca a mí juzgar si usted sufre de alucinaciones o si usted está teniendo una experiencia mística.
Guardó silencio y, mientras atravesaba la sala de espera, se dirigió a ella.
— Señora, a la doctora cuéntele todo, tal y como lo vive usted y, algo muy importante, hágale caso con la medicación, usted quizás siga escuchando para siempre a las ánimas del purgatorio, pero al menos va a dormir bien — y mientras observaba a la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro atinó a decir — gracias a Usted, Señora Mía, hoy nuevamente pude confirmar que siempre es mejor estar vivo que estar muerto.
Se puso su gorra de mezclilla, con la mano derecha tomó la visera e inclinó la cabeza en señal de respeto y despedida
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Salve Regina
Anónimo
Choir: Chœur des Pères du Saint-Esprit de Chevilly
Choir Master: Lucien Deiss
2004
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Las Ánimas del Purgatorio
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