martes, 17 de diciembre de 2024

Nicaragua vs Cuba - 1972


Recuerdo mi casa llena de camisetas, cojines, gorras, afiches y papeletas regados en la mesa del comedor. Mi padre saliendo y entrando con boletos de admisión, boletines informativos; hablando de resultados, de reglamentos, de delegaciones, de hoteles, y tantas otras cosas. Ya llevábamos de más quince días con la casa convertida en la sede departamental de la Federación Nicaragüense de Beisbol Aficionado, para atender el mundial “Nicaragua amiga 1972”. Marco Antonio Muñiz, famoso vocalista mexicano, había deleitado a la fanaticada chinandegana con “El despertar”, “Que murmuren” y otros temas musicales durante la inauguración reciente del estadio “Efraín Tijerino Mazariegos”. Mi hermana Violeta, elegida por el comité organizador para desempeñarse como bat-girl, soportaba entre quejidos una bolsa de hielo en su brazo izquierdo; la noche anterior cometió la imprudencia de acercarse al pelotero Masaru Oba quien agitaba su bate en el círculo de espera durante la presentación del equipo nipón en nuestra Chinandega, por fortuna no hubo fractura. Yo contaba a mis amigos del barrio, con lujo de detalles y presumiendo, mis repetidas visitas al estadio que desde el césped se miraba brillar en un tono naranja intenso en el sector del palco; de presenciar recientemente junto a miles de fanáticos del juego China contra Guatemala, luciendo mi camiseta y mi gorra mundialista, resultado que por más que intento, no recuerdo.

—¿Ya estás lista Negra? Nos vamos temprano; mañana juega Cuba y Nicaragua. El pitcher abridor es Sergio Lacayo según me dijo Argelio Córdova ayer. Ese estadio va a reventar —Fueron las palabras del “Gigante de la narración” como solían llamarle en el amb iente beisbolero a Rigoberto Gallo Romero, mi padre. — “La Lora ya tiene listas las patas…” — señaló con el acento cubano que pronunciaba en sus momentos de esparcimiento. Frente al espejo, por décima vez, ajustaba el broche en el ojal del cuello de su guayabera blanca bordada, que lo acreditaba como parte del comité organizador del mundial.

—Hice una pasta de sándwich, arroz relleno, gaseosas y frutas; creo que es suficiente para todo el viaje. Cada chavalo lleva su cojín, su gorra y su camiseta, vamos completos— Le responde doña Juanita Aguirre, su esposa.

“La Lora”, era el apodo cariñoso con el que mis hermanos y sus amigos se referían a la camioneta Scout International modelo 1968, que mi padre compró y vendió dos veces, el color verde brillante de la carrocería por fuera y un amarillo napolitano por dentro, le hacían merecedora de tal sobrenombre. El piso, carcomido por el cáncer, dejaba ver el asfalto de la calle y convertía a los ocupantes en víctimas de las salpicaduras de lodo durante el invierno. El techo desprendía láminas de material corrosivo que los pasajeros tenían que sacudir del pelo y del cuello de las camisas. El pito, que generalmente no funcionaba, estaba recién reparado y en cada esquina mi padre lo hacía sonar para beneplácito de todos. Las puertas no tenían ventanas y cerraban después de tres o cuatro intentos vigorosos. Tres velocidades, solamente, aparecían en el listado de las cualidades técnicas del automotor.

Al siguiente día una canasta mercadera llena de bananos, naranjas, aguacates y una bolsa con tamales, fue lo primero que subieron mis hermanos; luego una pana plástica cubierta con un mantel, que llevaba en sus entrañas los emparedados acomodados pacientemente la noche anterior. Un balde de cacao con leche terminaba de llenar el pasillo de pasajeros. El arroz relleno, en un recipiente transparente de plástico, era resguardado directamente por mi madre en el asiento delantero.

Salimos de Chinandega rumbo al estadio nacional. Era el tres de diciembre de 1972. Desde que inició el viaje mi progenitor comenzó la narración, imaginando los hechos, todas y cada una de las entradas de la contienda que veríamos horas después. Describía magistralmente, los ponches que Sergio Lacayo propinaba a cada uno de los cubanos conocidos por su poder al bate. Un cuadrangular de Nicaragua en cada inning, virajes exitosos, jugadas monumentales, en fin, todo el camino escuchamos el inicio y el desenlace del partido que estaba programado para las seis de la tarde. Celosamente, mi padre, no separaba de su cintura la caja que contenía un micrófono inalámbrico que, exclusivamente para el mundial, había comprado en el exterior.

Mi hermana Otilia, aburrida y cansada del camino de casi cuatro horas, exigía mayor velocidad de desplazamiento del automotor, cosa imposible. Los demás en silencio, introducían las manos en la pana de los sándwiches confiados en que mi madre contemplaba la carretera.

Al fin llegamos, creo que eran las cinco de la tarde. Coincidimos en el parqueo con Armando Proveedor, quien después de abrazar a mi padre le dijo:

—Mi estimado Rigoberto, ¿crees buena idea abrir el juego con Sergio Lacayo?

—Sergio es un derecho de respeto, ha ganado tres juegos en el mundial, sin embargo, pienso que Julio Juárez, ha ganado dos, tiene una curva de rompimiento rápido, es un brazo confiable y sereno. Pero veremos que dice Argelio…

— Estoy de acuerdo, nos vemos luego— dijo al despedirse el viejo cronista.

—¡Vamos a ganar…! — Aseguró mi viejo, sosteniendo en una mano el micrófono y con la otra halándome suavemente.

—¡Rigo…! Dale a cada chavalo su boleto y que entren de dos en dos, este estadio es muy grande y se puede perder uno de ellos.

—No te preocupés, ya tengo los asientos reservados en el palco de home-plate.

Entramos obedeciendo el orden de edad establecido. Para llegar a los asientos reservados, subimos las gradas, gigantescas para mí, tropezábamos con vendedores, con otros fanáticos que, con el radio al oído, iban y venían. El olor a carne asada se percibía en todos los rincones. Mi madre y mis hermanos tomaron asiento, mientras yo, agarrando firmemente la mano de mi papa, llegue a la cabina de transmisión de Radio Cosigüina, donde ya se encontraban Freddy López Quiroz y Ramiro Salgado las exquisitas voces del Triángulo musical de occidente, como solían llamar a la emisora en mención. El micrófono nuevo, fue acoplado al equipo de transmisión y, sin pensarla mucho, acompañé a mi padre al terreno de juego. A lo lejos, el técnico de radio levantó su dedo pulgar, dando la señal de que la transmisión en vivo estaba clara y potente.

—¡Buenas tardes fanáticos! — Arrancó diciendo el orgulloso locutor mientras se dirigía al camerino del equipo nacional. Entrevistó a Argelio, a Pedro Selva, a Vicente López, a Denis Martínez. Supo entonces que el abridor por el equipo nacional era el leonés Julio Juárez al verlo realizar su calentamiento bajo la supervisión de Tony Castaño. Siguió hablando de todo, no puedo recordar tantas cosas que describía, yo solo miraba la emoción de su rostro. Seguidamente, fuimos al sector de tercera base donde el equipo cubano realizaba su entrenamiento, vi a un muchacho espigado, moreno, que hacía lanzamientos a gran velocidad, sin imaginarme que era José Antonio Huelga, considerado el mejor pitcher del mundial. Un hombre de gran tamaño accedió a la entrevista y con el acento caribeño inconfundible, saludó a la fanaticada nicaragüense sosteniendo su guante en las axilas, supe, años después, que su nombre era Agustín Marquetti. Entramos a los vestidores y otro gigante de ébano, le obsequió a mi viejo un billete de cinco pesos cubanos, con la firma de todas las estrellas caribeñas, ese era el poderoso Armando Capiró.

Mientras regresábamos a la cabina de transmisión subimos con dificultad las interminables gradas. Los pitos, los gritos, los cantos y los magnavoces hacían difícil realizar la descripción del ambiente a la fanaticada radial.

—“A continuación las notas sagradas de nuestro himno nacional…” se escuchó en todo el estadio, con un patriotismo incomparable, que, a pesar de mi corta edad, pude percibir en los galillos de los aficionados pinoleros.

—¡Play ball! Resonó en todo el coloso.

—“Desde el estadio nacional en la ciudad capital, radio Cosigüina inicia esta transmisión acompañando a la selección nacional de Nicaragua…” Eso fue todo lo que escuché, en la voz de Freddy López. Un viaje largo y cansado, bajar al terreno, subir a la cabina, ver por primera vez en mi vida a tanta gente reunida cantando y gritando; fueron minando mi entusiasmo y mis energías, de tal manera que puse en el suelo unos cables que estaban sobre una mesa y poniendo de almohada un cojín mundialista me dormí.

Los gritos del staff deportivo chinandegano me despertaron, los abrazos eran cálidos e intensos. Freddy me levantó en sus brazos y pude ver los cohetes y morteros estallando detrás de la barda del jardín central. En los parlantes del estadio resonaba “Nicaragua mía” de Tino López Guerra acompañada del canto de los diez mil nicas que festejaban la victoria. Somoza levantaba la mano y saludaba. El equipo pinolero recorría el campo levantando nuestra bandera. Yo gozaba, gritaba también, sin haber visto la hazaña del derecho leones que dejaba sin carreras a la poderosa Cuba, ni del jonrón de Vicente López, ni del doble play espectacular de César Jarquín sobre el batazo peligroso de Urbano González. Fui al estadio nacional, viajé más de cien kilómetros, estrené camiseta, estrené gorra y, de los nueve innings más famosos de nuestra historia beisbolera, no recuerdo ni el primero.


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Escritos en Nicaragua

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias Dr Gallo por esa exquisita narrativa de un hecho histórico para Nicaragua beisbolera que marcó una y otras generaciones de seguidores y no seguidores de nuestro deporte Rey,,esto sin ánimo de adulación, nos retrocede en el tiempo y a la imaginación de hechos trascendentales del terruño, aunque el niño se haya dormido todavía hay restos emotivos de todos esos niños q vivieron ese día feliz Colectivo nacional de aquel entonces y que ahora nos hace revivir al niño que todos andamos hoy a nuestras distintas edades....una joya que nos regalas para nuestro deporte nacional y sobre todo para nuestra memoria histórica colectivos un hecho q se promocióna con la calidad de este escrito,lleno de idiosincrasia autóctona y genuina. Abrazos, Muchas gracias Dr Gallo; Recordar es vivir.