Tuvo que abandonar el hábito de caminar durante las últimas horas de la tarde porque, después de que le extirparan unos lunares, su oncólogo le orientó exponerse lo menos posible a la luz solar.
Intentó caminar durante las primeras horas de la noche, pero tuvo una mala experiencia con unos desconocidos, con fortuna el incidente no fue más allá de unos cuantos insultos, mas le resultó obvio que la noche no era la compañera ideal para dicha actividad física. |
Fue durante una visita al supermercado que descubrió que dicho establecimiento comercial era un excelente sitio para caminar, ya que la marcha tendría lugar bajo techo, lejos de la corrosiva radiación ultravioleta y bien oculto de los ulcerantes y abrasivos rayos infrarrojos. Además, los corredores eran bastante amplios y, gracias a ello, él no interrumpiría, ni interferiría con ningún comprador.
Pronto sus cotidianas visitas al supermercado se tornaron en una suerte de excursión, era como pasear en un parque temático cuyo argumento eran los alimentos.
Caminaba sin prisa, observando los productos que las góndolas ofrecían, si alguno le llamaba la atención, lo tomaba. Primero observaba con detenimiento la forma en que estaba empacado, después leía la etiqueta y, para finalizar, estudiaba su composición. Al concluir la rutina, lo colocaba en su lugar. Entonces, cuando reanudaba su caminata, su mente empezaba a imaginar la forma en que dicho producto había sido manufacturado, si la intriga era mayúscula, lo compraba, después, en su casa, no sólo se lo comía, sino que además trataba de replicarlo.
Imitar esos productos tomaba algo de tiempo, después de todo, determinar las concentraciones de cada ingrediente era un proceso de prueba y error que se repetía hasta el momento en que su paladar se daba por satisfecho.
Pero el supermercado no sólo era el lugar perfecto para caminar, también era un magnífico sitio para socializar, y es que, durante esas dos horas, era inevitable toparse con al menos una media docena de personas conocidas con quienes podía entablar una breve conversación.
Pero no sólo eso, sino que también se sentía con la libertad de abordar a algún desconocido con el sólo propósito de charlar. En una ocasión un mejicano le dio una pequeña cátedra sobre los diferentes tipos de chile.
“Por todos es sabido que el jalapeño luce con la salsa blanca, sin embargo, son muy pocos los que saben aderezar… primero los debes rebanar en pequeños trozos, pero esto sólo es un adorno, ahora bien, para que pique sabroso, a la salsa le debes agregar el jalapeño molido… para los frijoles refritos debes usar el chile rojo, si usas el seco que venden aquí, entonces debes preparar una infusión de la siguiente manera, tomas unas tres cucharadas de chile y le agregas unas cinco cucharadas soperas de agua, lo dejas reposar por espacio de dos horas, sólo entonces se lo agregas a los frijoles”.
En otra ocasión el carnicero le enseñó cómo preparar el corte mariposa con la pieza conocida como puyazo.
“Fíjese bien, corte la carne a lo ancho, a pulgada y media de distancia entre corte y corte, le van a salir unas cinco rebanadas, seis si la pieza es grande, coloque la rebanada sobre la tabla y la tasajea por en medio, la idea es sacar dos lonchas de cada rebanada, pero debe hacerlo con mucho tacto, cuando el cuchillo llegue a la capa de grasa usted se detiene, entonces lo abre… cada lonja de carne son las alas de la mariposa y la franja de grasa es el cuerpo… pero usted no se debe molestar en prepararlos, nosotros con mucho gusto le fileteamos el puyazo”.
Una vez se quejó de que solamente aguacates verdes ofrecían y que no maduraban parejito, entonces uno de los verduleros le explicó.
“Madurar aguacates es fácil, lo mete dentro de una bolsa de papel craft, o en una cajita de cartón, déjelo ahí por tres días, si el culito se le pone cafecito, entonces ya está listo, si no, dele un día más”.
También recibía consejos de las amas de casa.
“Los hongos secos no tienen nada que envidiarle a los frescos... el arte está en saberlos rehidratar… mire como es el asunto… usualmente los hongos no se lavan al momento de ponerlos a secar, es decir que pueden llevar algo de tierrita u otro tipo de impurezas… por eso hay que enjuagarlos dos veces… la primera vez usted los coloca en una olla, los cubre con agua y los deja ahí por treinta minutos… pasado ese tiempo, los vierte en un pascón, como el que se usa con los espaguetis… enjuaga la olla y los vuelve a colocar dentro… otra vez los cubre con agua y los deja reposando de dos a ocho horas… durante ese tiempo los hongos no sólo se rehidratan, sino que además le transfieren al agua los aromas y sabores que los hacen tan apetecibles… es por eso que esa agua no se desecha… lo que se hace es lo siguiente… saca cada hongo, uno por uno, con una cucharita… después tiene que verter el agua en otra olla con el cuidado de no echar el sedimento que se haya formado… coge los hongos y los vuelve a introducir en el agua… le agrega sal, hojitas de laurel, pimienta negra en grano, cilantro, tomillo y nuez moscada… ahora los pone a hervir, se va a formar una espuma, la cual debe retirar… deje que se cocine por hora y media, a fuego lento… después vuelve a verter los hongos en el pascón… ahora tiene hongos y caldo de hongos… con el caldo puede preparar sopa de cordero, carne tapada o la salsa de hongos… la cosa es que, sin importar el uso que le de al caldo y, para que no se desbaraten, los hongos los agrega a la comida hasta el final de la cocción”.
Gracias a esos episodios fue que descubrió que el supermercado era un excelente sitio para hacer nuevos amigos, entonces se le ocurrió que hasta podría ser posible hacerse de una novia.
Hacía ya unos cuantos años de que se había divorciado, pero eso en principio era irrelevante, lo que sí impactaba en sus propósitos era el hecho de que habían pasado varios lustros desde aquellos sus días de universitario en los que, en calles y parques, osadamente abordaba a las desconocidas con propósitos sentimentales.
En la universidad, ligar era relativamente sencillo, los estudios, la vida extracurricular y las juergas, eran una especie de trinitaria Celestina que se encargaba de promover los romances que, usualmente, iniciaban sin mayores expectativas, casi como un juego, pero que, con el pasar de los semestres, los desvelos, las juergas y las vivencias extracurriculares, se tornaban en serios compromisos, los cuales, inevitablemente conducían a dar un doble salto marital que terminaría colocando un par de anillos de oro en los dedos anulares de sendas manos izquierdas de los recién casados.
Pero no sólo estaba fuera de práctica, sino que, a pesar de su optimismo, reconocía que el entorno de un supermercado no necesariamente era el más propicio para iniciar un romance, y, para hacerlo aún más complicado, él había cambiado, no sólo físicamente, sino que emocionalmente también.
Ahora era más conservador, una tertulia, del tipo que fuera, acicalada con vino o cerveza, era más agradable en la privacidad de la casa que en algún restaurante o uno de los tales sport & rock bar de la capital. Los años se habían encargado de quitarle a la vida el ascético romanticismo juvenil, el cual fue reemplazado por la ironía que, en compañía del sarcasmo, con relativa frecuencia lo empujaban hacia un utilitario cinismo. A pesar de ello, abogaba por la simpleza de la compañía y el sosiego en la intimidad, algo que, paradójicamente, le resultaba más libidinoso que la más mundana y atrevida de las caricias.
Pero, ¿Cuántas mujeres estarían en sintonía con él? — “Acercarse a una mujer es como andar en bicicleta, nunca se olvida… fue, es y seguirá siendo, una obra de teatro, en tres actos y un epilogo… si vas con mala intención se tornará en tragedia, si pecas de ingenuo, serás un payaso, pero si sos meticuloso, si te adaptás al escenario, si ensayás los parlamentos, si te permitís improvisar con inteligencia y algo de malicia, será toda una obra de arte” — se decía para darse aliento.
El primer acto de la obra le permitiría averiguar la situación romántica de la mujer, trataría de entrar en confianza durante tres o cuatro encuentros y, después de unos cuantos ji ji, ja ja, le haría una pregunta cargada de jocosidad — “¿Casada, soltera, acompañada, indispuesta o disponible?”
El segundo acto iniciaría sólo en caso de que la respuesta fuera la adecuada, no tenía parlamentos, debería adaptarse a las circunstancias, apelar a la creatividad, recurrir a una intuitiva improvisación que lo condujera a una cita.
El tercer acto sí tenía un parlamento, irían a cenar y, después de una velada de buena comida, de vino y grácil charla, se le insinuaría elegantemente — “¿Te ofenderías si te hago una propuesta indecorosa?”
El epílogo sería algo silencioso, un desayuno en la cama, croissants con queso manchego, jugo de naranja y un capuccino aderezado con canela y cardamomo.
Las mujeres, independientemente de su estado marital, se sentían halagadas, pero, como era de esperarse, casi todas las mujeres que llegaban al supermercado tenían algún tipo de compromiso, entonces, para replegarse con elegancia les decía:
“Dijo el Señor: No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”
Ese desenlace le resultaba gracioso a las mujeres que no sólo se sentían respetadas, sino que además ingeniosamente complacidas.
— Pero, ¿y si la prójima quiere pecar? — le respondió en una ocasión una fémina con cáustica mordacidad.
— Tuve un amigo que sólo se metía con mujeres casadas.
— ¿Y?
— Que se encontró con un marido celoso que le pegó tres tiros… mi amigo está muerto, el cornudo en la cárcel y la mujer… ya se metió con otro.
La risa no se hizo esperar y la plática no pasó a más.
Después de varios meses, sus esperanzas se habían desvanecido, había estado realizando esta jovial charada sin encontrar una sola mujer disponible. A pesar de ello, él seguía realizándola, más por inercia que por otra cosa.
Pero, visto está que aún ocurren milagros y, en uno de esos desesperanzados abordajes.
— Esto sí que es gracioso… veremos cómo termina… estoy disponible.
— ¿Cómo dijo?
— Que estoy disponible.
— ¿Eso quiere decir que… si yo la invito a cenar usted aceptaría?
— No necesariamente.
— ¿Qué debo hacer para convertir esa respuesta en un sí?
— Use su imaginación… no creo que usted… con tan aguda inventiva para averiguar mi estado civil… no se le pueda ocurrir nada.
— ¿La puedo llevar a su casa?
— Ahora si va por buen camino… sí, sí me puede llevar a mi apartamento.
La mujer tenía unos treinta años y, como muchos provincianos, se había tomado el chance de probar suerte en la capital, alquilaba un cuarto en una casa de familia y los fines de semana religiosamente regresaba a su casa materna.
La primera cita fue ir a ver una película, el cine estaba bastante vacío y él, en busca de una pícara privacidad, escogió unas de las filas de en medio, lejos de toda vista. Puso su brazo derecho sobre el hombro de la mujer y así estuvo por varios minutos, cuando la película había avanzado un poco, la mujer reclinó su cabeza sobre él, entonces la besó, ella correspondió con bizarría la gentil caricia.
La segunda cita fue una feria folclorista, ella le tomó el brazo y así anduvieron recorriendo los tramos. A ella le fascinaron las tinajas silbadoras que imitaban el sonido de los animales.
— ¿Te gusta alguna?
— La del búho.
Compró la tinaja sin titubear. El vendedor, para probar que estaba en buen estado, la llenó con cierta cantidad de agua, después la inclinó despacio hacia adelante y se pudo escuchar, “ku… u”, y cuando la inclinó hacia atrás, “ku… u ku… u… u... u”.
Después se detuvieron en el stand de los libros usados, la cantidad era tal que los títulos interferían unos con otros y resultaba difícil enfocarse en uno solo.
— Señor, deme este… Recuerdos del Futuro de Erich von Däniken — y volteándola a ver — ya lo leí… pero me lo robaron, es una buena ocasión para reponerlo… es un libro cargado con una amena fantasía seudocientífica… pero está magistralmente escrito… y es tan intrigante como Agatha Christie.
La tercera cita fue la tan ansiada cena.
— ¿Te ofenderías si te hago una propuesta indecorosa?
— ¿Cómo así?
— Como invitarte a tener un encuentro íntimo... muy íntimo.
— Me ofenderías si no me lo proponés.
La relación avanzó por buen camino, estaba satisfecho, otra vez estaba involucrado sentimentalmente con una mujer.
Sabía que ninguno de los dos quería casarse, pero, después de tantos meses de estarse frecuentando, convivir como pareja parecía ser una lógica aspiración.
— Venite a vivir conmigo.
Ya en varias ocasiones ella había pernoctado en su casa, es por eso que esa propuesta no la tomó por sorpresa.
— Primero debés conocer a mi mamá.
— No hay problema en ello, vamos el próximo fin de semana.
— No… antes debo ponerla al tanto… quiero que te reciba bien… nunca he metido un hombre en mi casa.
— Vos mandás.
— Vamos a ir en tres semanas.
Planificó bien ese viaje, quería quedar bien con su suegra, no debía ser presuntuoso, pero tampoco se iba a presentar como un tacaño. No tocaría temas religiosos, pero, estaba tan dispuesto de lisonjear a la señora que, de ser necesario, sería capaz hasta de rezar el rosario con la señora.
Ambos se bajaron del vehículo, caminaron en dirección de la casa y se detuvieron en la entrada. Ella tenía llave, pero, como para alertar a su mamá, tocó el timbre tres veces. La señora abrió la puerta y se hizo a un lado invitándolos a entrar.
— Mama, él es Samuel.
— Mucho gusto… Raquel.
— Mucho gusto doña Raquel.
Justo en la entrada, a la izquierda quedaba la sala, a la derecha quedaba el comedor y al fondo, los dormitorios.
— Venga Samuel, acompáñeme al comedor… siéntese por favor.
La señora colocó en la mesa un plato de pepena y una taza que contenía una salsa a base de limón y chile.
— ¿Gusta?
— Gracias.
Samuel observó que su mujer tomaba en brazos a un niño de unos tres años y lo besaba con mucho cariño. Después los dos se sentaron y ella le empezó a mostrar cómo funcionaba la tinaja silbadora.
— ¿Una cervecita yernito?
— Sólo sin es de su total aprobación y agrado — respondió Samuel con cautela.
— Cuénteme, ¿Y qué intenciones tiene para con mi Mariita?
— Hace unas semanas le propuse que se venga a vivir conmigo.
La señora sacó una botella de cerveza del refrigerador y la puso en la mesa, después empezó a rebatir el interior de una gaveta en busca de un abridor.
— Veo que María es bien pegada con su sobrino — dijo Samuel en busca de algo de conversación.
— ¿Acaso no lo sabe? ¿No se lo ha dicho?
— ¿Qué cosa?
— Ese niño es Carlitos, el hijo de María — la señora sacó el abridor y se lo ofreció a Samuel — entonces yernito, ahora que lo sabe, ¿todavía le gustaría llevarse a la María y a Carlitos a vivir con usted?
Samuel ya tenía un hijo y no se le había ocurrido que existía la posibilidad de tener otro, tampoco le había pasado por la mente hacerse de un entenado.
— ¿Entonces yernito?... se me quedó callado.
Samuel agarró con los dedos un trozo de pepena, lo enjuagó en la salsa, se lo llevó a la boca y lo masticó con parsimonia, entonces tomó el abridor.
— ¿Sabe qué suegrita?
— ¿Qué, yernito?
— Mía la vaca… mío el ternero.
Sólo entonces abrió la cerveza y tomó un trago, colocó la botella en la mesa y se encaminó a la sala, se acercó al televisor, tomó al niño en sus brazos, le dio un beso en la cabeza y se sentó en el sillón y, mientras colocaba al niño en sus piernas, con delicadeza tomó la mano de María y la frotó con su pulgar.
— ¿Qué estamos viendo? — preguntó por preguntar.
— Los Muppets — respondió el niño.
Doña Raquel agarró la cerveza, se acercó al televisor y, como si no hubiera nadie en la sala.
— Ya tiene sus buenos añitos, algo calvo, feyuquito y medio metidito en carnes… pero parece un buen hombre.
Doña Rebeca le extendió la cerveza a Samuel, él colocó el niño en el sillón, se levantó y se paró detrás del sofá, agarró la botella, la elevó saludando a doña Raquel y empezó a beber, sin premura, después de todo, estaba en su segunda casa.
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Mahna Mahna
autor: Piero Umiliani
Interpretan: Los Muppets
1969
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El Supermercado
2 comentarios:
!Ah, si la vida fuera como la fantasía¡
No hay personas aburridas en este mundo, dijo Yevgueny Yevtushenko, la vida será tan fantasiosa en dependencia de como cada quien la viva. Yo de la mía no me quejo.
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