martes, 19 de agosto de 2025

Sapitos para papá

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Sapitos para papá

Mi primer día en el jardín Mercedes Velásquez aquella mañana de febrero de 1972, con una guayabera blanca, de la misma tela y color del pantalón corto. De la mano de doña Delia Palma llegué a la escuela portando un bulto de cuero cortesía de mi recordado tío Luis Sandoval (Cabo Luis). Mis primeros compañeros que conocí fueron a Lorgio, Melvin, Tacho, Lencho y otros, mayores que yo, que durante la clase me contaron sus aventuras y, de inmediato, me invitaron a participar en una de ellas: ir de pesca a un lugar cerca de la escuela, una vez finalizadas las clases.

Sonó la campana que colgaba en el segundo piso de la vieja casona anunciando el fin de la jornada, y sin esperar a doña Delia, corrí tras ellos tratando de guardar mis cuadernos al paso. La felicidad me hacía acelerar la carrera para no perder al grupo que llevaban más de una cuadra de ventaja. En el fondo de mi pensar, no concebía el hecho de una pesca sin cuerdas ni carnadas, pero confiaba en la experiencia de mis amigos para resolver dicho inconveniente. Llegamos a nuestro "lugar de pesca": un enorme charco verde en la acera de la antigua Planta de Hielo, rodeado de piedras y abundante lama. Lencho, el líder. me prestó un vaso de Gerber para guardar los "pescados" conseguidos. Fue maravilloso, divertido, ese charco era para mí como el Amazonas, y los sapitos, algunos todavía con metamorfosis incompleta, mi orgullosa pesca. No recuerdo cuanto tiempo estuve tirado a la orilla del "acuario". La sirena que anunciaba las doce del mediodía hizo que nos separáramos y cada uno corrió hacia su casa. Tomé el bulto que había permanecido a un lado del charco, con el fango que manchaba las iniciales de mi nombre.

—¿Qué estás haciendo Gallito? Me dijo, entre sonrisas, don Julio Ortiz, un viejo amigo de mi papá quien era representante de un equipo de beisbol.

—Le llevo estos pescaditos a mi papa.

—Ya son las doce, mejor ándate a tu casa que te pueden regañar. Te voy a traer una bolsa de plástico y un hule para que no se te derrame el agua, dijo mientras se perdía en la oscurana del edificio.

Camino a casa trataba infructuosamente de limpiar de cieno del trajecito, otrora impecable, con que asistí a la clase. Las manos y antebrazos llevaban manchas secas y húmedas. Entre los zapatos abundaba légamo y pequeñas piedras que laceraban mis pies. Mi felicidad crecía mientras llegaba con la esperanza de sorprender a mi papa con el regalo. En efecto, entro callado, y veo a mi padre que se disponía a verter en su vaso una porción envidiable de tiste bien helado. Sin perder tiempo pongo al lado de su plato, mi regalo, y los "pescados" comienzan a saltar sobre los alimentos que engullía, con la inmediata risa de mi madre y mis hermanos.

Sin castigo que reportar…

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Gerardo Gallo
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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Padre orgulloso de su pequeño pescador

Donald Jarquin dijo...

Las ocurrencias de todo niño!!! . Lo importante es que el amigo Gallo, quiso remediar el cambio de ruta al salir de la escuela, con el abastecimiento de "pescaditos" a su señor padre. Buena anecdota infantil. Saludos

Anónimo dijo...

Muchas gracias

Donald J dijo...

Las verdaderas "hazañas" que de niños nos atrevemos hacer. En este caso el amigo Gerardo, sabiendo que se habia saltado las trancas al tomar otro rumbo despues de salir de la escuela, quizo congratularce con su padre ofreciendole su "pescaditos" jaja. Buenas memorias.

Anónimo dijo...

Muchas gracias hermano