martes, 8 de julio de 2025

El chavalo mensajero

Escritos en Nicaragua

presenta a


El chavalo mensajero
a la memoria de
Rigoberto Gallo Romero.
mi papá

Terminaba el misionero de rezar el rosario y de explicar la divinidad de la eucaristía a quienes compartían con él un espacio en el último vagón del ferrocarril en medio de canastos abarrotados de pipianes, limones, naranjas y bateas de bienmesabes, cuando recordó que debía enviar al obispo un mensaje de suma urgencia. Tuvo que levantar su sotana para no caer enredado entre los mecates que maniataban a una decena de chompipes cuyo cloquear se confundía con el ruido de la máquina de vapor. Todos los que le escuchaban, habían estado presentes en la homilía del domingo recién pasado durante la misa del Divino Señor de Esquipulas de la Parroquia de El Sauce, que anualmente recibía al ilustre sacerdote. Regresaba a Corinto, su parroquia asignada, cargando una maleta de cuero antigua con las iniciales “AHPB” en un costado y, en su interior, una toalla vieja, un trozo de jabón y unas chinelas de cuero con varios remiendos. Gozaban mucho el viaje de varias horas todos los que escuchaban sus anécdotas, puesto que hablaba de fantasmas, espantos, muertos, acompañando el relato con una dramatización teatral.
Se acercó a la ventana, donde media hora antes habría comprado su boleto de tercera clase, y preguntó al despachador:

—¿Puedo mandar un telegrama a León?

—¡Por supuesto! Respondió el taquillero mientras, a gritos, llamaba al telegrafista que se encontraba ausente en ese momento.

Una vez que pudo retirar la cuita que los gallináceos obsequiaran a sus zapatos en el zacate que rodeaba la casa de la estación, buscó un espacio en las bancas cercanas dispuesto a esperar la llegada del encargado de transmitir su mensaje. Varios niños jugaban y reían en un patio cercano. Al poco tiempo, un promesante, ponía en sus manos un tamal de elote relleno y un huacal de chicha de maíz negrito, manjares que eran de su completo agrado.

—¡Padre…! ¡Ya vino el telegrafista! Se escuchó una voz que resonaba desde el interior de la casona. Terminó de engullir sus últimos bocados y corriendo se acercó a la ventanilla.

—Quiero mandar un mensaje a León, dirigido al señor Obispo. —Dijo sin levantar la mirada. Entretanto escuchó la voz de un niño, que su estatura no permitía que los clientes lo vieran desde afuera.

—¡Dícteme el mensaje…! Dijo el infante. El padre levantó la mirada sin esconder el asombro de ver al chavalo vistiendo calzón chingo en cuya bolsa delantera podía verse la manila y parte de un trompo guayacán ennegrecido por la tierra.

Sonó el piripipí del telégrafo. La clave Morse, era del dominio total del imberbe que, sin lavarse las manos transmitió palabra por palabra lo dictado por el religioso. Al finalizar, el niño salió corriendo por la puerta, sacó su trompo y siguió feliz su juego en el patio trasero del lugar.

—¿Cómo te llamas hijo? Preguntó, impresionado todavía, al observar que había esperado, sin saberlo a un niño para resolver su necesidad de comunicación. No podía creer que el chavalo que un instante atrás había visto jugar entre el polvo y el sol de aquella estación rural fuera la persona que lo atendiera.

—Me llamo Rigoberto Gallo Romero, hijo de Mariano y Otilia. ¿Y usted…?

—Me llamo Azarías Henry Pallais Bermúdez, hijo de Santiago y Rafaela.

—Ahh! Respondió el niño mientras bailaba su trompo.

—¡Que Dios te bendiga…! Exclamó con los ojos húmedos el humilde servidor de Dios. Colocó bien su sombrero, y se dirigió al vagón donde las vivanderas le pedían otra historia de fantasmas.

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Escritos en Nicaragua

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente Doctor, que coincidencias de la vida. Saludos.

Anónimo dijo...

La grandeza no siempre se muestra en lo espectacular, sino en lo humilde, lo sencillo y lo auténtico. La sabiduría puede habitar en un niño de pantalón chingo con un trompo en el bolsillo, y la dignidad de un siervo de Dios puede verse en sus chinelas remendadas y su corazón abierto.
Gracias Dr. Gallo por compartir esta joya de anécdota, que no solo honra la memoria su papá, sino que nos regala un momento de reflexión envuelto en ternura y sabor a pueblo. Nos muestra con sabiduría fraterna que los gestos más simples pueden encerrar los valores más profundos. ¡Qué bendición poder leerlo!

Donald J dijo...

La verdad, yo siempre he pensado que quien haya inventado el telégrafo es un super genio. Y hasta el día de hoy, nunca he podido entender el mecanismo completo sobre como es que se producía esa transmisión. Sin lugar a dudas, tu padre, fue un hombre muy inteligente. Merecido escrito a su memoria. Excelente historia doctor!

Anónimo dijo...

Ya así inició una linda amistad para toda la vida

Anónimo dijo...

Muy buen relato, Gerardo. Saludos desde Guatemala para ti y los tuyos.

Anónimo dijo...

Interesante dar a conocer esas historias y sus personajes, y lugares parte de nuestro patrimonio histórico lo felicito dr

Anónimo dijo...

Interesante historia, de personas y lugares, parte de nuestro patrimonio

Anónimo dijo...

Interesante historia

Gerardo Gallo dijo...

Agradezco mucho sus comentarios. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Bonito relato de tu papá, saludos