miércoles, 23 de julio de 2025

Vargas Llosa vuelve por Onetti

Escritos en Nicaragua

presenta a

Rothschuh Villanueva

Vargas Llosa vuelve por Onetti
Para mi hijo Alejandro Rothschuh

“Escribirá porque sí, porque no tendrá más remedio que hacerlo, porque es su vicio, su pasión y su desgracia”.
Mario Vargas Llosa

1. Un ensayo que resitúa la obra de Onetti

Una vez más volví a comprobar que las relecturas son fecundas y llenas de sorpresas. Especialmente cuando regresas sobre tus pasos para degustar un ensayo que con anterioridad te había resultado cautivante. Como en ocasiones anteriores el libro fue el resultado del curso que dictó en Georgetown University, durante el semestre de otoño de 2006. Siempre lamenté que Alejandro no se inscribiera, estando para esa época realizando sus estudios en la reputada universidad de los jesuitas. Sin duda hubiese recibido un baño refrescante. El recorrido entusiasta que efectúa Vargas Llosa, para presentarnos a Onetti de cuerpo entero es meritorio. Como lector avispado hubiese captado las coincidencias afectivas y literarias de estos dos grandes novelistas latinoamericanos. Afines y exuberantes en sus amoríos y creación literaria.
Ambos escritores fueron amantes empedernidos, ambos cruzaron la línea roja, casándose con tías, primas y hermanas. El caso de Vargas Llosa ha sido suficientemente recreado por ensayistas y críticos literarios. Años antes de fallecer demostró que era un reincidente incorregible. Cincuenta años de matrimonio no fueron capaces de contener sus ímpetus. Onetti primero contrajo nupcias con su prima María Amalia Onetti a la edad de 30 años. Mario lo haría con su tía Julia Urquidi a los 19. Un año después se divorció para casarse con su hermana María Julia Onetti. En ambos la precocidad literaria les aseguró un lugar cimero en la literatura. Ajeno a la vida académica Onetti se labró su propio espacio influido doblemente por los escritores estadounidenses: tuvo que trabajar y escribir a la vez. Vargas Llosa alcanzó su consagración a los 27 años con La ciudad y los perros.

La primera constatación del peruano al adentrarse en la atmósfera densa y neblinosa de Onetti, fue comprobar que siendo treintañero había escrito una obra —El pozo (1939)— que lo coloca en un lugar prestigioso. Se trata del primer escritor latinoamericano en hacer suya una orientación de la sensibilidad nacida en Europa, denominada en forma vaga y general como existencialismo. En El pozo como en las primeras obras de Sartre y Camus “reinan el pesimismo, la soledad y aquella angustia que condena a los personajes a convertirse en seres marginales, en entredicho existencial con el mundo, individualistas acérrimos y antisociales”. En las novelas posteriores de Onetti ratificará estos aspectos. Su visión del mundo es una visión agria, con el añadido que ese mundo a diferencia del mundo real, podía moldearlo a capricho. Esta es su mayor constante narrativa.
Con lápiz a mano, como gustaba leer a sus escritores predilectos, Vargas Llosa certero y preciso, fue desmenuzando de forma gratificante cada una de las novelas del uruguayo. Sentir aprecio y admiración por un escritor supone evitar caer en endiosamientos estériles. Como sumo sacerdote en un campo donde pocos le disputan la puntería, dirá de Un sueño realizado (1941), que es su primera obra maestra. Lo onírico y lo imaginario prevalecen frente al realidad. Para su investigador “lo fantástico no reemplaza a la vida”. La intensifica y sutiliza agregándole una dimensión que la vuelve más llevadera a los seres humanos. Juzgará a Bienvenido Bob (1944), un cuento escrito con insuperable perfección, como su segunda obra maestra. Onetti persistirá lo pesimista y sarcástico. Una visión inteligente, desesperada, lúcida y misógina, oscura y fantasmagórica.

2. Creó un mundo propio

En su larga y provechosa travesía, Vargas Llosa enuncia regocijado que el gran salto como novelista de Onetti ocurrió en 1950 con La vida breve. Para entonces el uruguayo estaba radicado en Buenos Aires. En confesión hecha al crítico Emir Rodríguez Monegal, su coterráneo le dijo que el flechazo le vino mientras caminaba por la calle Independencia 858. Como ocurre casi siempre, Hortensia Campanela ofrece otro motivo. ¿Distinto o complementario? La verdad es que en esos días Juan Domingo Perón, el caudillo argentino, había prohibido los viajes entre Montevideo y Buenos Aires. La decisión le impactó de tal forma, que trasladó los personajes de su novela a la imaginaria Santa María. A Ramón Chao más bien le ofreció la versión de que Santa María fue el resultado de un viaje realizado con un amigo a la provincia argentina de Entre Ríos.
Se trata de un dato mayor, Santa María fue la creación del microcosmo donde posteriormente instaló a sus personajes. Por eso resulta importante conocer lo dicho a Chao. “Tuve allí una sensación de felicidad. Solo fui una vez, ni un día completo y en pleno verano. Pero aun recuerdo el aire, los árboles frente al hotel, la placidez con que se desplazaba y abordó la balsa, así como la sencillez de los habitantes, que no tienen nada que ver con los porteños”. Siendo válidas estas aseveraciones, Vargas Llosa encuentra una razón más sutil y poderosa. Otro estímulo. La creación de “un mundo propio, literario, el mítico Yoknapatawpha Country de su maestro William Faulkner, así como años después lo sería para que Rulfo creara Comala y García Márquez, Macondo”. Un logro extraordinario. Onetti la trabajó durante dos años de manera disciplinada.

Cuando Onetti se enteró de que Vargas Llosa trabajaba sujeto a horarios, exclamó extrañado que él jamás podría hacerlo de esa manera. Entonces reiteró las profundas diferencias que ambos tenían a la hora de escribir. Dijo que las relaciones de Vargas Llosa “con la literatura eran matrimoniales y las suyas adúlteras”. Su frase se convirtió en leyenda. Vargas Llosa sentirá placer en bucear las afinidades y las diferencias que contienen la obra de Onetti con relación a escritores consagrados. Dedicará tiempo y espacio para establecer las conexiones que guarda con William Faulkner, Jorge Luis Borges y Louis-Ferdinand Céline. El establecimiento de correspondencias y diferencias resultan apropiadas para ratificar la manera provechosa de Onetti para saciar sus ansias infinitas de escritor. Algunas de estas influencias fueron conscientes e inconscientes.

3. Otras coincidencias y diferenciaciones

Para Vargas Llosas debió resultar placentero encontrar numerosas afinidades entre la obra de Onetti y la suya. Aparte de sus coincidencias en el mundo afectivo —ambos fueron sibaritas y adúlteros— y en haber dedicado su vida por entero a la escritura, existe otro ámbito donde ambos escribidores también coinciden. Los personajes más sobresalientes de las obras del uruguayo aparecen y reaparecen en una danza sin fin. Los nombres y apellidos de Larsen, Díaz Grey, Jeremías Petrus, Brausen, Julio Stein, Lagos, Owen, etc., se repetirán una y otra vez. Lituma, la Chunga, los Inconquistables, adquirirán vida en varias novelas del peruano. Una diferencia radical entre ambos es que los personajes de Vargas Llosa se rebelan para cambiar el mundo, mientras que los personajes de Onetti viven en un mundo imaginario del que no quieren desertar.

Juan Carlos Onetti & Dorotea Muhr

Otra coincidencia son los ambientes por los que discurren los personajes de ambos creadores. Por antros y burdeles cargados de humo y alcohol. Chivos o macrós que desean vivir del coño de sus mujeres, cantinas por las que transitan, lugares nocturnos, cargados de sexo y extorsión. Sus personajes son contrabandistas, borrachos, putas y lesbianas, voyeristas, pedófilos, comisarios y policías, militares, políticos, vividores, atorrantes, etc. Existe una diferencia ostentosa. Vargas Llosa jamás intentó crear o meter a sus personajes en un espacio creado a su gusto y antojo. Por lo demás coinciden en su afán totalizante. En cargarse a la sintaxis y alterar los tiempos verbales. En haber escrito hasta su último aliento, evitando que sus novelas se convirtiesen en inmensos bodrios propagandísticos. El creador debía tener la fuerza de vivir solitario, cautelando su obra.

El IV capítulo del ensayo de Vargas Llosa está dedicado a analizar el estilo de Onetti. Esta incursión le permite rectificar a Luis Harss y Enrique Anderson Imbert, quienes de manera equivocada afirman reprochan al uruguayo de ser poseedor de un estilo plagado de oscuridades, incoherencia, con una sintaxis enredada, truculento y de obsesiva retórica, que terminan por enturbiar e irrealizar sus historias. En su alegato el peruano aduce que existe una razón sutil. Habiendo captado la esencia de su estilo, al cual llama crapuloso, Onetti no se limita “a contar una historia, sino, a la vez, a contar cómo, de dónde y cómo esta historia nació”. Denomina crapuloso su estilo. Su carta de presentación frente a sus personajes y lectores consiste en comportase como un crápula. Las características más saltantes de su estilo casi todas negativas. Al que resalta.

Para demostrar que le asiste la razón, Vargas Llosa insiste en demostrar que el narrador de sus historias es frecuente que narre insultando a los personajes. Nunca se cansa de llamarlos “cretinos, bestias, animales, abortos, estúpidos, monos, hotentotes, etcétera.” Tiende a provocar a sus lectores al utilizar con frecuencia “metáforas e imágenes sucias, relacionadas con las formas más vulgares de lo humano, con la menstruación y el excremento”. La obra de Onetti está cargada de pesimismo. No cree en la redención humana. Vargas Llosa llega a la conclusión de que esa visión pesimista, individualista y anárquica de Onetti es la de un escritor maldito. Aprovecha la ocasión para salir en defensa de Céline. Ante sus panfletos antisemitas y sus simpatías hitlerianas, muchos críticos y lectores se niegan a reconocerle la genialidad literaria. Vargas Llosa pertenece a la corriente de escritores que tiende a disociar al hombre de su creación literaria.




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