Escritos en Nicaragua presenta a Noel A. Ulloa S. y su reseña: La erótica paradoja del inquilino |
A veces vivir una experiencia a temprana edad que conlleva una carga voluptuosa o el acto del que somos conscientes que es inmoral, pero que a su vez nos genera placer en su descubrimiento al erotizarlo pueden dejar un efecto duradero, una impronta a lo largo de nuestra sexualidad. Es lo que ocurre con el personaje de Apología Lumbar (2024) que fue iniciado en ese ritual cuando apenas se le revelaba el mundo de la desnudez en la espalda de su hermana mayor. Esta situación, escandalosa para los moralistas, inesperada e impredecible para los laicos, esta fijación por lo prohibido en un primer momento, despierta en él un deseo que está condenado a satisfacer. De ahí que incurra en esa adoración lumbar en todas sus relaciones en una especie de «contemplación poética», según frase de George Bataille (1897- 1962) al hablar de la experiencia de la vida vinculada a las pasiones en el prólogo de su obra El Erotismo (1957), porque nadie aspira o nace predispuesto a adorar los zapatos rojos en los pies de una mujer para poder alcanzar un orgasmo, ni a ser azotado con un látigo para sentir placer durante el coito sino hasta que, por alguna influencia, ocasión o feliz azar, se traspasa una delgada línea, voluntaria o involuntariamente de lo que se considera normalidad para invocar fantasías y fetichismo que se convierten en parte de nuestros hábitos sexuales.
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Como es sabido por los lectores de novelas eróticas estas mantienen una narrativa sensual en su lenguaje y a menudo, en sus escenas de sexo, son proclives a caer en monotonía y abundante palabrerío para describirnos partes del cuerpo, manoseos y diversas posturas de las artes amatorias. No obstante, lo que hace que Apología Lumbar no incurra en este defecto tan común, es que nos muestra la parte superficial de la historia, que a primera vista parece aburrida: un joven treintañero que llega desde la capital de Nicaragua a la ciudad de León en busca un apartamento de alquiler para pasar una temporada por razones de trabajo y sin proponérselo, por recomendación de un amigo, se encuentra de pronto alojado en una casa en la que conviven las tres Mendieta (dos hijas [Ximena y Alejandra] y su madre [Elena]). Esto suscita la intriga y la lujuria del lector, que aún no sabe dónde va a parar aquella historia, si se le está preparando para ser testigo de un lecho de orgias o se trata de un hombre bienaventurado que con sus poderes de seducción conseguirá atraerlas como el personaje de Daryl Van Horne en la película Las brujas de Eastwick o bien de alguien que acabará por tener su propio harén tropical. Meras hipótesis que el lector atento baraja al inicio de la novela. Sin embargo, a medida que el perfil del personaje crece y va tomando forma, esas hipótesis pronto se disuelven porque es todo lo contrario con quien nos vamos familiarizando, es decir, el hombre tímido, parco en sus palabras, cauteloso ante las tentaciones y observador compulsivo que se nos presenta con un exacerbado fetichismo por las espaldas, en las que concentra su atención y le sirve de estímulo para satisfacer sus deseos carnales más apremiantes, todo ello narrado en un lenguaje poético y geo-erótico del cuerpo humano femenino donde las espaldas son continentes, placas tectónicas, montañas aplanadas, geografías y a su pasión por los lunares, las convierte en metáforas delicadas, salpicaduras voluptuosas, símbolos abstractos, formas enigmáticas que sólo tienen significado en sus delirios y ensoñaciones. Es curioso que no aparezca referencia alguna a los hoyuelos de Venus, esas pequeñas depresiones ubicadas en las partes bajas de la espalda, relacionadas con lo erótico. Ninguna de las Mendieta parece contar con este atributo. Por otro lado, este fetichismo lumbar no tiene nada de descabellado, sino algo de verdad científica. En 2015, el diario ABC de Madrid, publicó un titular con los resultados de investigadores de la Universidad de Texas en el que afirmaba que los hombres «prefieren la curvatura de la espalda a las nalgas de las mujeres» asociándola con un atractivo y un buen condicionamiento físico.
A rasgos generales, la novela se apega a un estricto lineamiento que obedece a los días en que el joven solterón debe cumplir su contrato de trabajo. Dentro de ese hogar la vida fluctúa en una serie de ilusiones y la avidez sexual por aquellas mujeres que se paseaban por la casa en cualquier tipo de vestuario, desde el más sencillo hasta el más corto y llamativo, mientras en su imaginación juvenil, en su monólogo interior, él era el elegido, el sacerdote tántrico y hedonista dispuesto a adorar y acariciar las espaldas que ofrecían cada una de esas vampiresas que con sus imprecisas conductas e insinuaciones van enloqueciendo al inquilino, que luego se va acostumbrando a ellas o ellas a él y que, desde luego, aspira a convertirse en amante aunque su misma timidez le impide revelar.
Si bien es cierto hay momentos en los que parece que todo conspira en su contra para avivar la llama de su fetichismo, como en el primer capítulo en que Elena Mendieta, mujer cincuentona que ejerce el dominio de su morada, lo recibe de inquilino con un vestido blanco, luciendo un escote que resulta provocador y fatal para sus sentidos o después en la cocina cuando esta aparece con una toalla alrededor de ella mientras ofrece un desayuno que desencadena en él imágenes lascivas, así como la escena de la playa, en la que Ximena, la hija mayor, desnuda su dorso y lo invita a aplicarle bloqueador o bien cuando este descubre un orificio en la pared que va a dar al cuarto de Alejandra, la hija menor, donde ella se desnuda cada noche y a través de esa afortunada mirilla, profano orificio, mágico agujero convertido en telescopio se ofrecen visiones provocadoras de Anadiómenas que sirven para alimentar el empedernido furor de su lujuria.
Cada una parece ser condescendientes a esperar algún tipo de iniciativa al cortejo de parte de él. Todo ello se complementa con las escenas de flirteos a medida que ellas lo acogen como un miembro más durante los pocos días transcurridos en los que parecen congeniarle con sus miradas, diálogos e invitaciones, pero de pronto, el lector se encuentra con las mismas dudas que las del personaje hasta que descubre que ha caído en ese juego de seducción y confusión donde le es difícil acertar o al menos predecir con cuál de ellas puede dar un paso seguro. Elena, tal vez por su condición de viuda y su catolicismo moralista a medias, podía tener sus fantasías y apetencias sexuales en privado, que quizás lograba reprimir o dominar, mientras que Ximena, en una edad más activa para la vida sexual, acaba confesándole su atracción por él, sin miramientos ni titubeos, pero esto no tiene ninguna trascendencia más que anecdótica y fugaz en el relato porque cualquier aventura con ella tendría sus consecuencias y significaría renunciar a quien en verdad le interesa de modo carnal y hasta romántico, que es Alejandra, pero es consciente que esto provocaría un problema con la dueña de la casa, que al enterarse de cualquier relación con una de sus hijas, probablemente acabaría echándole. Esta compleja y entramada situación lo coloca en una especie de paradoja del asno de Buridán, en donde no hay dos, sino tres opciones, pero no sabe, no arriesga, ni puede decidirse por ninguna. De ahí que sólo termine comprendiendo que con una puede darse la libertad de coquetear, con otra debe intentar descifrar alguna señal de interés en sus gestos, en su acercamiento o lenguaje corporal de muchacha inexperta y con la mayor de todas, la matriarca del hogar debe ser demasiado comedido y poner en duda cualquier iniciativa que implique insinuar sus deseos sexuales de manera abierta y explícita.
Más allá de esta cadena de eventos, quizás la escena mejor lograda, desde el punto de vista de la técnica literaria y del argumento, es aquella envuelta en un velo de misterio que acontece la noche después de la fiesta de cumpleaños del joven treintañero en casa de las Mendieta, cuando una de estas, transformada en súcubo en medio de la oscuridad, penetra subrepticiamente en el cuarto del inquilino y en plena desnudez lo empotra, sin que se nos revele la identidad de ella. Respecto a este elemento, Pedro Carrera Eras, profesor y escritor español, lo denomina «suspenso erótico» (1988), en el que se genera una intriga para mantener un equilibrio entre la inquietud y la atención hasta llegar al final. Pero aquí es donde corresponderá asumir cualquier hipótesis sobre la identidad de aquella que ha entrado al aposento prohibido o construir su propia conjetura del hecho al final de su lectura, un recurso que encontramos en algunos cuentos de Hemingway.
En definitiva, esa es la convención que debe aceptar el lector de Apología Lumbar de Maynor Xavier Cruz (1988) y por eso es válido que más de alguno (jugando a usurpar el papel del protagonista masculino por unos instantes) le ocurra plantearse qué hubiera hecho él dentro de aquella fantasía tan afortunada y emocionante de unos días.
No hay que olvidar que, al mantener el estilo de relato autobiográfico, narrada en la segunda persona del singular, como en el cuento Jueves por la tarde de Lizandro Chávez Alfaro, así como la sublimación, el deseo constante por la zona lumbar del cuerpo femenino junto al suspenso de índole sexual que mantiene su fluidez excitante a lo largo de sus páginas, todo ello la convierte a todas luces en una novela erótica.
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1 comentario:
La reseña en si misma es un cuento que mantiene la expectativa y la atención. Si no fuera una verdadera reseña sobre un libro real, adquirirla tintes borgianos. Para serlo solo faltaría un final sorprendente, esencia misma del género del cuento.
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