Escritos en Nicaragua presenta a Arturo Barberena |
Chontales en mi memoria,
un ritual literario
que conecta a generaciones con sus raíces
Un legado chontaleño en tiempos de la posverdad
Don Miguel de Unamuno sentenció con vehemencia: "El que no siente amor por la tierra donde nació, no es digno de llamarse hombre. " En esta era de la posverdad, donde la distorsión deliberada de la realidad amenaza con hacer naufragar la verdad de los hechos, resulta un desafío formidable dejar vestigios memorísticos perdurables.
Sin embargo, frente a este panorama, emerge la obra "Chontales en mi memoria”, el quinto hijo de la chontaleñidad del Dr. Rothschuh, —a la que he denominado "la quinta entrega de la saga de Crónicas y Memorias de mi Chontales"—. En ella, la pluma magistral del Dr. Rothschuh Villanueva hilvana sigilosamente el pasado con el presente, creando un sfumato renacentista. Con un estilo que recuerda la colaboración magistral de García Lorca y Neruda, reivindicando al paisano inevitable, a ese vasto Chontales que vio nacer a figuras como Carlos Alberto Bravo Herrera, en el mismo borde fronterizo del Río Oyate. Esta obra se erige como un faro de verdad y memoria en un mundo que a menudo parece haberlas olvidado.
La pluma torzal de las historias huidoras de Rothschuh Villanueva.
Guillermo Rothschuh Villanueva no rehúye el desafío de la escritura. Lejos de esquivar las letras, hurga con ahínco en los tacotales de los llanos, durante los ardientes veranos, extrayendo la savia del jícaro sabanero para forjar un relato inmortal. Su obra es una fusión de antropología, sociología y memoria viva, donde cada ensayo arrea la esencia chontaleña hacia el lienzo de las páginas en blanco.
Este baquiano de la chontaleñidad, plasma su visión como una fotografía, ya sea en blanco y negro o quizás en sepia, capturada por la lente de Horacio Lanzas, "el Gato". Así, Guillermo va fotografiando cada detalle, haciendo eco de las palabras de Octavio Paz: "La tierra no tiene caminos; el que anda la crea " En cada párrafo, Rothschuh Villanueva no solo narra, sino que construye y desvela los senderos ocultos de la identidad chontaleña.
Un viaje literario por Chontales y más allá.
El libro se despliega en tres partes, y en ellas, Guillermo, con la rapidez de un Wyatt Earp literario, traza una retrospectiva contemporánea de su amada Juigalpa. Su indagación lo lleva incluso al Génesis de Nueva Guinea de Ronald Hill Álvarez, donde desvela una de las historias urbanas más fascinantes de la vieja Managua. ¿Quién hubiera imaginado que Piotr Ilich Chaikovski sería parodiado con "El Lago de los Cisnes" aquí? Pero los nicaragüenses son astutos, y con su particular doble sentido, "El Lago de los Patos" de Bernabé Somoza sonaba mucho más bayunco, evocando la vieja Managua de la "Tortuga Morada" o de la taimada “Caimana”.
La llegada de nuevas visiones del mundo y otras cosmogonías transformó ineludiblemente las formas de habitar, tal como lo expresó Juan Rulfo: "La gente del pueblo vive con el alma vuelta hacia dentro. A veces, se le escapa por los ojos."
Mi hermano masón, Omar Jota Lazo Barberena, un cronógrafo incansable, como el guirisero buscando el filón de oro, no debe de haber engaño “Al toro bravo por los cuernos”, es el ápice de la historia que venia recopilando Lazo Barberena, en su Libertad natal, hasta los Amores del Sol, al otro lado de Timulí, pasando por Juigalpa, dónde lo tuve por maestro de literatura en secundaria en el Instituto Nacional de Chontales, y que con tesón, me invito a publicar mis primeros poemas y artículos en el Nuevo Diario. Ese era Omar Jota, preocupado por que nada quedará afuera del tintero.
En “Chontales en mi memoria” Guillermo no se aleja de Chontales, con tres bolas y dos strikes, conecta una línea tendida en la historia beisbolística de la región. La euforia y la proeza de los fantásticos Toros de Chontales cobran vida: el poder inimaginable de Sandy Bermúdez, las piernas veloces como las de Mercurio de Christian Sandoval... Un merecido homenaje a ese aliento de valentía y corazón del equipo de Chontales que enfrentó a los poderosos Dantos. Estuvimos cerca de la primera final, sí, pero todo fue glorioso, como los trabajos de Heracles y Belerofonte.
El eco de lo local: Un canto a Chontales
"Nada es más universal que lo verdaderamente local", sentenció con lucidez Jorge Luis Borges. Bajo este precepto, Guillermo se adentra en la música y la poesía de Chontales, explorando las raíces de esos centauros cantores, ¿Acaso el campista no entona sus coplas al arrear el ganado, o el peón no deja escapar un lamento que resuena entre el mugido de las reses?, como Pablo Antonio Cuadra con su pluma pellizca desde Pueblo Viejo, Quizalpete, o a los márgenes del Río Tepenaguasapa, en una audaz remembranza del poeta de los poemas nicaragüenses.
Desenmaraña la rueca de Penélope en el viejo Chontales, entretejiendo hilos ancestrales con el horizonte y la frase memorable de las antiguas haciendas, que se extendían "hasta donde le dé la vista cabo": Boaco, Chontales y Río San Juan. Una vastedad que evoca el tiempo en que también nosotros pertenecimos al Corregimiento de Sébaco y Chontales, según Francisco de Posada en 1740. Y en esta travesía, rasga las cuerdas del tiempo, extrayendo acordes mayores en escalas diatónicas de don Camilo Zapata:
"A mi negra yo quisiera llevármela a Comalapa, y si ahí se desespera me la llevo pa´ Camoapa." |
Una polémica que aún resuena desde La Calamidad, la Embajada, hasta la Chorrera de Cerro Alegre, y que vuelve a bajar por San Lorenzo con el estribillo: "¡Vos crees que soy de Boaco!" Hay boaqueños que, en esencia, siguen siendo chontaleños del norte, como diría don Camilo Zapata: "yo aprendí pa que me dieras tu querer." Y es que, en verdad, solo quien ha nacido de la esencia de Chontales puede comprender y honrar la nobleza de esta tierra con verdadero amor y admiración.
La huella del más grande erudito de Chontales: José Orente Bellanger Mejía
Otro gran chontaleño, mi amigo y condiscípulo del CUR-Chontales, José Orente Bellanger Mejía, fue uno de los más grandes eruditos de esta región. Lector empedernido, taciturno y meditabundo, poseía una elocuencia cadenciosa que cumplía a cabalidad lo expresado por Haruki Murakami: "Escribir es una especie de trabajo manual de la mente. Para escribir bien, necesitas leer a profundidad." Orente leía con una avidez insaciable, y escribía con una propiedad y esencia cristalina como las aguas diáfanas que descienden de la Chocolatera hasta la Cueva de la Virgen, su heredera, Licenciada Eneida Bellanger, tiene la misión de salvaguardar y hacer trascender sus obras inéditas.
Sin temor a equivocarme, creo que Comalapa, la tierra de mis abuelos paternos, era (o lo fue con Orente) el único lugar especializado en tener un orador de lujo para las honras fúnebres de los personajes del pueblo, incluso de aquellos que "no regalaban sal ni para un jocote", Orente tenía el don de ser un escritor nacido de su condición de lector, a diferencia de esos "escritores blasfemos" que vomitan palabras a diario con la urgencia de publicar, aunque lo que escriban no sirva "ni para limpiarse el jocote". Aquí hago una referencia personal similar a la polémica frase de García Márquez sobre Rubén Darío: "Carajo, cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con que se limpia el culo", los escritores que escriben por escribir y no por trascender lo hacen a diario. Juan Rulfo solo escribió 3 obras, suficientes para la eternidad; José Saramago después del pecado de la “Tierra del Pecado”, paso más de dos décadas en silencio.
Los grandes darianos como José Orente y el poeta Rothschuh Tablada, seguramente no simpatizaban con "El otoño del patriarca". Pero Orente no era de esa generación del Copy Page; era de esa selecta casta de grandes lectores, desde su cátedra en el cerro de la Cruz en San Bartolomé de Comalagualpan. Como bien lo dijera Juan José Saer: "La tierra de uno no es un lugar geográfico; es un modo de sentir el mundo". Y Orente, con cada palabra y cada silencio, nos enseñó a sentir el mundo a través de la tierra chontaleña.
El corazón palpitante de la fiesta brava: plazas, hípicos y tradiciones
"La identidad no se recibe como herencia, se conquista luchando por la memoria," sentenció con penetrante verdad Eduardo Galeano. Y es precisamente en esa lucha donde el arte de escribir se vuelve un desafío formidable: el de traspasar la barrera del tiempo y anclarse en la memoria colectiva.
Sin embargo, el Dr. Rothschuh Villanueva logra esta proeza. En sus líneas, nada de la tradición chontaleña queda al margen. Desde las vastas fincas y sus orgullosas ganaderías, hasta las relucientes espuelas que enaltecen el viejo arte de la monta de toros, todo es meticulosamente resguardado. Esta herencia híbrida, tan arraigada en la tierra nicaragüense, fue magistralmente señalada por el cronista norteamericano Ephraim George Squier. En sus reveladores relatos sobre la colonia española, plasmados en su obra "Nicaragua, sus gentes y paisajes", Squier ya vislumbraba cómo la bravura indomable del toro se fundía con la destreza y audacia del jinete, tejiendo un espectáculo inmemorial que perdura hasta nuestros días.
“Sobre las varas de la barrera se revolvían avisperos de muchachos... Los músicos mantenían un estridente bullicio… Inmediatamente quitaron las trancas del toril y un jinete salió de allí tirando de un lazo, en cuyo otro extremo venía apersogado por los cuernos un enorme toro negro…Luego se acercaron tres o cuatro hombres, y con muchas mañas y dificultad le pusieron una albarda que le cincharon con fuerza. … y se pidió un voluntario que quisiera montarlo...Montó ágilmente, y afianzándose lo mejor que pudo, se prendieron las bombas y triquitraques, y se soltó el lazo… Cuando los bombazos comenzaron a estallar el toro dejó de embestir a determinados objetos para lanzarse a la loca de un lado para otro, y sacó de la albarda al que lo jineteaba revolcándolo en el suelo, donde creí que lo iba a matar; pero el hombre se levantó rápidamente, más asustado que golpeado, encaramándose como pudo en la barrera ante el escarnio de la plebe que por lo visto hubiera preferido verlo muerto o por lo menos con dos o tres costillas rotas... Es imposible describir la excitación de la multitud durante los momentos más álgidos de la corrida”.
Rothschuh Villanueva, con su pluma, recopila esos detalles y destellos de nuestras tradiciones, de nuestra fiesta brava. Mucha agua ha pasado por la Tonga, y la tierra que una vez fue el corazón de la ganadería, hoy ha cedido su trono al nuevo triángulo lechero en la zona del Caribe Norte.
Los embravecidos "topes", que llenaban de adrenalina nuestras calles, se han transformado en mansas cabalgadas donde los novillos son arreados dócilmente. Los Asunciones se acabaron, parafraseando la esencia vibrante de los Sanfermines de Pamplona. Aunque Granada, nuestra vecina del Lago, aún mantiene viva la llama de sus encierros o topes, e incluso los "cheles" (extranjeros) y Masatepe lo reviven —como pude ver hace unos días—, en Chontales esta tradición ha desaparecido desde hace más de dos décadas.
Tristemente, mataron una de las tradiciones de más arraigo de nuestras fiestas, dejando un vacío palpable en el alma de esta tierra que antaño vibraba con la furia del toro bravo.
Hace solo unos años, nuestra tradición chontaleña se veía amenazada por la transculturización. Las espuelas ya no eran las mismas; aquellas que aún resuenan en el otro Chontales, el de Guanacaste, Costa Rica, habían sido suplantadas. La monta "pellejeada" con pretal se desvaneció, dando paso a la verijera, buscando que el toro levantara los cuartos traseros, con espuelas de 8 mm y tres puyones. La vieja usanza de montar al pescuezo o "cara pa' atrás" se perdió.
Como me decía don Fernando González, para el ganadero, los buenos toros se forjan con buenos montadores. Él, un pionero, fue el primero en permitir que un niño hiciera leyenda: Orlando "El Diablito" Contreras. Pero luego, el lenguaje mismo comenzó a mutar, introduciendo "Ranchos" y otros términos. Esta "mexicanización" o "agringamiento" de nuestras tradiciones fue una preocupación que el maestro Guillermo Rothschuh Villanueva nos advirtió con el corazón encogido.
Hemingway, con su pluma visionaria, ya lo había recreado en Pamplona: "Había una pureza en la tradición de los toros, algo que no había sido corrompido por el tiempo." Y es esa pureza, esa esencia intocada, la que hoy lamentamos ver diluirse en el alma de Chontales.
Las plazas de toros, con su arena pisoteada y su eco de bravura, se transforman, sí, pero su esencia permanece. Algunos dirán que es mejor tener una buena plaza que un buen estadio, aunque lo ideal sería gozar de ambos. Sin embargo, nada atrae a la multitud con la misma fuerza ancestral que un hípico o una barrera de toros en su día cumbre.
Como bien señaló Ernest Hemingway en su inmortal obra “Fiesta”: "La plaza de toros, llena hasta el tope, vibraba con una energía ancestral." Y en efecto, los toros eran y siguen siendo el corazón palpitante de la fiesta, la razón ineludible por la que todos acudían a sentir esa pulsión de vida y desafío. En Chontales, aunque algunas tradiciones muten, la plaza de toros, con su bullicio y su historia, continúa siendo un epicentro de nuestra identidad, un lugar donde el tiempo parece detenerse para honrar la pasión y el coraje.
Para concluir este viaje, Guillermo, con su pluma evocadora, resalta la labor de quienes forjan el espíritu de nuestros corceles: el amansador y el enfrenador. Rinde homenaje a figuras como Leonardo "Nayo" Ramos y José Ángel "Chango" Orozco, artesanos de la doma que esculpen la nobleza en cada animal.
Su mirada se extiende a los orígenes de las fiestas hípicas, desenterrando la historia del primer ejemplar en Haras de San Esteban: el legendario caballo "El Halo". Un pura sangre cartujano, originario de Jerez de la Frontera, que don Ismael Reyes del Rancho Majaloba trajo a Nicaragua por encargo del historiador de su amada Cuapa, Payo Martínez Rayo.
Guillermo no solo reconstruye esta tradición ecuestre, sino que se sumerge en la "Evocación de Nelo Bravo" a través de las idílicas páginas de mi amigo, el poeta Wilfredo Espinoza Lazo. Y en su recorrido, no pasa de soslayo a dos grandes hípicos de Acoyapa: Carmito Sequeira y el Dr. Ronald Duarte Sevilla, cuyas huellas han marcado la historia de estas tierras. No puedo mencionar a cada personaje señalado en el libro, pero esta presentación espero sea una invitación a leerlo, para mantener en nuestra memoria, Chontales en mi memoria.
"Las raíces son lo que nos sostiene cuando el viento arrasa las ramas."
Isabel Allende
Esto es Chontales, Chontales en mi memoria.
Juigalpa, La Hacienda.
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