martes, 29 de julio de 2025

La tormenta tropical Tita

Escritos en Nicaragua
presenta a



La tormenta tropical Tita
a mis compinches de aventuras juveniles:
Edmundo Torres,
Laureano, Juan, Beto, y Víctor Arcia
Álvaro Rodríguez

—¿Qué por qué tengo ese mofle colgado en la pared? Es un trofeo… no, niño, no es robado ni mucho menos… Lo que pasa es que tiene un alto valor emocional para mí… ¿Ridículo yo?... Ya quisieras vos haber tenido una aventura como esa que me tocó vivir…
Todo ocurrió hace unos sesenta años, yo era un cipote de catorce, estaba en primer año de secundaria y recién había tramitado mi licencia de conducir en la Afianzadora de don Juan Ramón… sí, el abuelo del Chocoyo… Mirá cómo fue el asunto: el huracán Tita entró por el este, como es lo usual, se suponía que giraría al norte, pero contra todo pronóstico siguió recto, directamente hacia el Pacífico y para cagarse en lo chapodado, los volcanes lo frenaron y fue degradado a tormenta tropical… Sí, el pronóstico del tiempo falló… porque en aquellos días los pronósticos climatológicos eran hechos con base en pura estadísticas… Como no, ya habían satélites aunque no eran tan sofisticados como los actuales, además ellos sólo estaban al servicio de los Estados Unidos… Al principio no llovía fuerte y no había mucho viento… lo más raro de todo es que tampoco había relámpagos y el cielo parecía una inerte y lúgubre amalgama, era como si estuviera hecho de una interminable y grisácea nube que se perdía en un inexistente horizonte… no, más bien era una tenue e insignificante llovizna que bajo otras circunstancias no representaría mayor peligro… ¿Que por qué es tan famoso?... tené paciencia… No llovía fuerte, pero su constancia lo largo de dos semanas no sólo había empapado a todo el departamento, sino que además lo había inundado… las clases no se interrumpieron de inmediato, después de todo se trataba sólo de una tímida llovizna, además, la brisa era incapaz de dañar los paraguas de las niñas, y era tan floja que ni siquiera podía hacer ondular los faldones de los capotes de los varones…, yo usaba uno de esos amarillos, los que son bien pesados… no, sólo era una chaqueta que me llegaba hasta la altura del muslo… Por supuesto que usábamos botas de hule… pero dejame seguir… Después de la primera semana, el nivel del agua empezó a subir porque el horizontal relieve de la ciudad limitaba su drenaje… así es, antes eso no ocurría porque había desniveles y pretiles… a eso tenés que agregarle que los resecos cauces por donde hace mucho tiempo fluían ríos se habían desbordado por las aguas que impetuosamente bajaban de los volcanes… entonces todo se confabuló… los naturales desagües de la ciudad resultaron inadecuados y de poquito en poquito, sin percatarnos, las aguas llegaron a la altura de los tobillos y los directores de los colegios decidieron suspender las clases… Al principio estábamos alegres… no sé si a ustedes les pasa lo que nos pasaba nosotros… rogar por vacaciones cuando se está en clases y añorar las clases cuando se está de vacaciones... La cosa es que nos empezamos a aburrir de lo lindo… porque si no había clases, mucho menos que hubiera actividades recreativas… A veces me preocupás, como que no te da la cabeza, ¿cómo íbamos a poder jugar béisbol?... tampoco, los charcos y el lodo no nos permitían jugar fútbol, ni ningún otro tipo de deporte… no, la piscina la cerraron por el riesgo de un poco probable pero fortuito rayo… ¡Claro que estábamos aburridos! No sabíamos qué hacer, agarrábamos el teléfono y platicábamos sobre cualquier pendejada… No, no habían conferencias… los teléfonos eran… ¿cómo explicártelo?... tenían un imán y a cada dígito le correspondía un circuito, para marcar un número vos hacías girar un disco… dial se llamaba ese disco… ¡Dios! ¡qué difícil!... Mirá, eran como una computadora analógica… no todo el mundo tenía teléfono y el minuto era carísimo y para evitar que la cuenta se pasara del mínimo colocaban unos candados que impedían que el dial girara y uno tenía que pedir permiso…
No, la electricidad se fue más tarde, eso al menos nos permitía ver la televisión… Dos canales: el 4 y el 8… No, no era por cable, era como una especie de wifi y para poder captar la señal uno tenía que poner unas enormes antenas que tenían unos cinco o seis metros de altura, pero no sólo eso, para coger la señal del canal 8, uno tenía que poner la punta de la antena hacia el este y para coger la señal del 4, hacia el norte y cuando había rayería, teníamos que desconectar los televisores porque las antenas atraían a los rayos y si caía un rayo en la antena, se fundían los televisores… A mí me gustaba la programación del canal 8 y estaba dividida en dos tandas: la primera tanda empezaba a las once de la mañana, con los muñequitos Pow Wow, el Súper Ratón y las Urracas Parlanchinas, eran en blanco y negro y con una banda sonora en inglés… ¿Cómo hacíamos para entender?... con una buena dosis de fantasía… A las once y media daban la comedia de Tres Patines..., a mí me gustaba mucho esa comedia, sus diálogos, una ristra de chistes llenos de humor blanco que nunca se repetían; las voces eran estridentes, como la de los payasos de los circos… ¡Qué bueno que hacés ese comentario!... sí, era como el teatro medieval, los personajes siempre eran los mismos y la trama era cortada con la misma tijera,: todos los días a Tres Patines lo acusaban de un irrisorio delito y al final, el Tremendo Juez de la Tremenda Corte, lo terminaba multando y condenándolo a tres días de cárcel… Al medio día venía mi programa favorito y que se llamaba El Juicio... no era comedia, era un programa serio, rico en cultura general… Cada día un personaje de relevancia era sometido al Juicio de la Historia; en el banquillo de los acusados se sentó Juana de Arco, Cristóbal Colón, Albert Einstein, Tomás de Torquemada, Benito Juárez, Adolfo Hitler y muchos más, era un programa inteligente con una agudeza sicológica poco usual para aquellos tiempos, los abogados, acusadores y defensores, iniciaban presentando cada uno su caso, después, para sostenerlo, invitaban a varios testigos, a continuación procedían a interrogar ferozmente al acusado, habían alegatos, objeciones y como en todo proceso judicial, los abogados terminaban realizando un alegato final, tras el cual, todos, —abogados y testigos—, abandonaban el recinto, mientras que el acusado permanecía sentado en el banquillo, en completa soledad, entretanto, la luz que lo iluminaba se atenuaba con cierta lentitud hasta dejar la pantalla bajo una profunda penumbra en la que sólo se podía apreciar la silueta del procesado... Lo que lo hacía más interesante es que nunca había un veredicto porque el juez era uno mismo, uno era el que decidía la absolución o la condena histórica del personaje enjuiciado… Después venía lo más aburrido de todo: las telenovelas. No te tengo que explicar mucho, no eran muy diferente de las de ahora, eran igual de cursis e igual de predecibles… bueno, sí,… en ocasiones había excepciones, una de la más llamativas fue la telenovela «El Derecho de Nacer» que, en medio de tanto lloriqueo, se atrevió tocar el entonces espinoso tema de las uniones maritales interraciales… ¿Qué querés que haga? Así eran las cosas por entonces… Después de la novela, se suspendía por tres horas y media… porque los canales de televisión vivían de la publicidad y como todo el mundo trabajaba entonces nadie miraba los anuncios y para las televisoras era más económico interrumpir la programación… no hombre, lo que pasa es que la primera tanda coincidía con la hora del almuerzo y la mayoría de la gente iba a sus casas a comer… La segunda tanda empezaba nuevamente con los mismos muñequitos… A las seis de la tarde presentaban la serie de horror Sombras Tenebrosas… era sobre la vida de un hombre convertido en vampiro a consecuencia de la maldición de una bruja que, en un arranque de celos, lo condenó a una nocturna, eterna y sangrienta vida… No, no era Drácula, el vampiro se llamaba Barnabás Collins… bueno, vos sabés que los vampiros son almas atormentadas que sufren por no poder consumar el amor de su vida, en el caso de Barnabás era su prima, pero no sólo eso, a él lo torturaba su incapacidad de ver salir el sol por las mañanas, siempre esperaba hasta el último segundo para confinarse en su ataúd… ¡Exacto!... Al final, Barnabás resultó ser la verdadera víctima y con ello se ganó la simpatía de todo el mundo… A las siete de la noche empezaba la serie Combate…, era sobre la segunda guerra, trataba sobre una pequeña escuadra de soldados gringos que se encargaban de rescatar, a pellizcos, un pequeño territorio de la Francia ocupada por la Alemania Nazi… el esquema era igual que el de Tres Patines: los mismos personajes y la trama era simple…, cada día el sargento y su tropa sostenían un desigual combate que siempre ganaban, cada día liberaban alguna aldea de la campiña francesa y por muy angustiosas que resultaran las circunstancias, el pelotón nunca sufría baja alguna, en el peor de los casos sólo tenían que soportar uno que otro rasguño… A las ocho de la noche presentaban Topo Gigio… Topo Gigio era una pequeña, pero extraordinaria marioneta que se encargaba de entretener a los niños, a los más pequeños, duraba unos cinco minutos y para terminar los mandaba a dormir con su frase de «a la camita, a la camita…». Después del telenoticiero presentaban una película de guerra, o de vaqueros… Sí, así eran todos los días… ¿Aburrido?... ¿y para dónde cogíamos?...
Todos esos programas están YouTube, el único que no he encontrado es el de El Juicio, una verdadera lástima porque era el más interesante de todos… No, la cosa se puso peor al final de la segunda semana: la tierra se saturó de agua y algunos postes de luz perdieron su vertical balance y se cayeron… dos días pasamos sin luz… lo único que escuchábamos era la radio y eso que una o dos horas al día… bueno, ellas tenían planta de emergencia y en las pulperías habían baterías… Tita se tornó otra vez en huracán cuando logró atravesar la cordillera de volcanes y desembocó al mar y fue entonces que su coletazo empezó a provocar estragos de gran magnitud… No, no aquí, en los pueblos costeros... La Cruz Roja y los bomberos, ante la emergencia, improvisaron un maratón radial con el propósito de recabar cuanta ayuda fuera posible para las víctimas… para ese momento, las calles del pueblo ya eran transitables y los vehículos empezaron a circular a velocidad de tortuga… Mirá que es lo que pasa, si vas muy rápido, el agua puede mojar los platinos y los chisperos y cuando eso ocurre los carros se apagan… «Hijo, agarrá el carro y llevá a tu mama al súper», me dijo tu bisabuelo, casi pego un grito de alegría, finalmente iba a salir de la casa, dos semanas de encierro vuelven loco a cualquiera… Sí, ya te lo dije, ya tenía licencia, la saqué con el abuelo del Chocoyo… a mi regreso le pedí permiso al Comendador…, así le decíamos a tu bisabuelo…, es por lo de la Encomienda Española, un comendador era un conde sin título… es que el rey le encomendaba que hiciera producir la tierra y como tu bisabuelo era descendiente de españoles le pusimos así… Exacto, era lo que era conocido como un criollo… la única condición que me puso es que regresara antes de que se hiciera de noche… No lo niego, yo era un gran vago, pero a veces un vago útil… La cosa es que fui a recoger a todos mis bróderes y nos fuimos al puerto… Sí, iba a ser un viaje peligroso, pero yo quería ir a ayudar a sacar a la gente y llevarlos a los refugios… ¿Los chavalos?… Ellos eran tan vagos y cuidado más vagos que yo, y cuando los invitaba, se ponían a dar brincos de alegría… Fuimos a echarle gasolina al microbús… Sí, ese mismo, el Volkswagen… Salir de la ciudad no fue difícil, la cosa se complicó a un kilómetro del pueblo…, había un pequeño trayecto de carretera de unos cien metros de longitud que estaba inundado y los camiones no se atrevían a cruzarlo… la fila de camiones era de unos dos kilómetros… «¿Nos regresamos o pasamos?», les pregunté. «¡Pasemos!», me respondieron todos casi al unísono. «Si el agua empieza a entrar dentro de la cabina del microbús, me regreso», les dije. «¡Pasemos, que nosotros te sacamos!», me dijeron… Tenés toda la razón, fue una mayúscula insensatez… ¿Qué te digo?... Cuando uno es chavalo se es inmortal… No, niño, es un decir… lo que pasa es que las emociones y la adrenalina les hacen creer a uno que las tragedias sólo le pueden ocurrir a otros…, nunca a uno… ¿okey?… Me metí despacito, tanteando la corriente… ¿La carretera?... La carretera me la conocía de memoria, porque viernes, sábado y domingo íbamos a la discoteca Neptuno… No, ya no existe… No, no la vendieron, ni la remodelaron… eso es parte de lo que te voy a contar ahorita… Al entrar, noté que la corriente no ladeaba al microbús y eso me dio una gran confianza… cuando hacía falta unos quince metros para salir el agua empezó a entrar a la cabina, pero a esas alturas resultaba más peligroso regresar y por eso yo seguí... Tené paciencia, lo del mofle ya está cerca… Al salir de ese enorme cuerpo de agua, el microbús se me apagó… eso fue lo que nosotros creímos, pero no fue así, no fueron ni los platinos ni los chisperos… ya vas a ver porque sé que no fueron los platinos ni los chisperos. «No es problema, te vamos a empujar hasta que encienda», me dijo Lorenzo... Sí, ese viejo rechoncho y aburrido… Dicho y hecho, se bajaron, comenzaron a empujar y mientras me empujaban, los camiones empezaron a cruzar el charco siguiendo la misma ruta de nosotros… No, ninguno de ellos se detuvo a ayudar… No es que sean mala gente ni mal agradecidos, lo que pasa es que los camioneros tienen que cumplir con un estricto horario y a saber cuántos días de retraso tenían, no se podían detener… bueno, puse el cambio en segunda y ellos me empezaron a empujar, cuando cogía velocidad, sacaba el clutch y eso provocaba un amago de combustión y se escuchó una explosión… entonces los chavalos se empezaron a reír y yo me bajé a ver qué es lo que pasaba… Lo que pasó es que el mofle se llenó de agua y, al no haber escape de gases, el motor se apagó, pero las carcajadas fueron porque del mofle primero salió un chorro y después vino el cachimbazo… La presión del motor fue tan grande que el mofle salió disparado… No, no le pegó a nadie, por suerte… sólo saltó medio metro y por dicha ninguno estaba empujando del lado del mofle… Me volvieron a empujar y ahora sí el motor encendió… por supuesto que me afligí… ya estaba en la sin remedio así que seguí… La reparación no me preocupaba porque los chavalos me prometieron que iban a hablar con sus papás para pagarla entre todos…
No, más adelante no hubo más charcos ni ningún otro tipo de contratiempo… Al llegar al puerto, nos dirigimos de inmediato a la zona de desastre… la lluvia había atenuado y el viento estaba lejos de ser huracanado, pero el mar parecía estar empecinado en destruir toda edificación costera… No, los tumbos no eran grandes, reventaban a unos veinticinco metros de la orilla, pero la corriente que provocaban poseía tal fuerza que las aguas incursionaban impunemente en el barrio costanero... Como el puerto es plano, de apenas dos metros sobre el nivel del mar, no había nada que detuviera el ímpetu de la correntada y los cimientos de las casas cedían en cuestión de segundos y las paredes se caían como fichas de dominó… El área afectada era de unas tres cuadras costeras..., ya te dije que la isla es plana y por eso no se formaron barrancos… La cosa es que el torbellino marino entraba, indemne, a realizar su labor destructiva, una y otra vez… Fue un espectáculo terrorífico… Cuando las aguas retornaban al cuerpo de mar, iban dejando tras de sí una breve playa de oscura arena y bajo la arena quedaban enterradas las paredes, camas, sillas, mesas y todo tipo de enseres domésticos… De lo que una vez había sido la vistosa y turística Costa de los Carey no estaba quedando nada: la disco Neptuno, el Restaurante La Lancha Volteada, el Hotel Calahonda, el Club de Buceo Calipso… nada, como si nunca hubiesen existido… Pudimos observar a Chipilo y a Alessandra, la Ibisenca, encuclillas, llorando… Chipilo y la Ibisenca eran bailarines profesionales, eran la atracción de la Neptuno, los quisimos saludar pero Alessandra nos hizo señas de que no nos acercáramos… Estuvimos ahí sólo unos cuantos minutos, quizás diez y en ese tiempo el mar, sin mayores remilgos se tragó una media docena de casas… Cada vez que el agua se retiraba no quedaba huella alguna y daba la impresión de que esas viviendas nunca habían existido, sólo se podía observar el revoltijo de arena y las terribles lenguas de agua que, como poseídas por el demonio, entraban y se retiraban… «Aquí no estamos haciendo nada, si queremos ayudar vámonos a la parroquia que es ahí en donde están los damnificados», dijo Manuel, creo, no estoy seguro… bueno, así es la fragilidad humana, cuando la naturaleza se arrecha, no hay nada que la detenga…
Llegamos a la iglesia y me parqueé detrás de unos camiones que estaban cargados con víveres y todo tipo de ayuda para las víctimas de la tormenta… Los tuteros colocaron unos cuantos tablones entre las estibas, improvisando, de esa forma, un conjunto de rampas que les permitía elevar hasta el techo los sacos quintaleros de arroz, frijoles, harina, maíz y azúcar… En el lado opuesto colocaban las cajas que contenían aceite, jabón, papel higiénico, pasta y cepillos de dientes, ropa y utensilios de cocina, mientras que en las bancas estaban apilados todos los desgraciados que habían perdido sus casas... en eso llegó el comandante de la plaza de armas… me le acerqué y le dije que habíamos llegado a ayudar: «Señor…, venimos a ayudar». «A atrasar es que vienen, ¡vagos! Este es un asunto de hombres, así que… ¡se me van a joder a otro lado!». Nos volteamos a ver y empezamos a buscar la salida y en eso el comandante nos llamó. «¿Tienen espacio para dos personas?», preguntó. «Sólo para una», le respondí. «Suficiente, lleven a esta señora embarazada al hospital departamental, empezó a sangrar y aquí no hay como ayudarla». Nos montamos y en cuestión de media hora llegamos al hospital… No, no sé si llegamos a tiempo, entramos por el sector de emergencia y ahí los enfermeros se la llevaron… Iba a empezar a anochecer cuando llegamos a la casa… el microbús estaba lodoso y como no tenía mofle producía una ensordecedora pedorrera… Cuando llegué a la casa tomé el mofle y se lo fui a enseñar a tu bisabuelo, pero sorpresa, sorpresa, no me regañó, sino que me abrazó… «Estoy orgulloso de vos, me llamó el comandante del puerto y me contó de como ustedes llegaron a ayudar y de como trajeron a una parturienta al hospital, lo del mofle es babosada, se compra y se repara, una vida no tiene precio y, como dice el comercial, para todo lo demás existe Master Card»… El Comendador dio a tallar esa tabla y colgó el mofle en la pared, me dijo que ese trofeo era mejor que cualquier cabeza de venado.

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