martes, 21 de enero de 2025

La lectura como catarsis. Una feliz coincidencia


I.     Arias restituye a la lectura su valor primigenio

Nada más gratificante que coincidir con el escritor y periodista Juan Arias, una luminaria que hizo de la espiritualidad el centro de su producción narrativa. Posee un prontuario de primerísima importancia. Su vasta formación en teología, filosofía, psicología, filología y lenguas semíticas cursadas en la Universidad de Roma, lo convierten en un intelectual muy parecido a los enciclopédicos franceses de mediados del siglo dieciocho. Su vida ha oscilado entre escribir libros, su oficio de cronista y su corresponsalía en Brasil para el diario El País de España. A sus 92 años bien vividos, continúa escribiendo con la misma pasión y frescura con que lo hacía durante sus años juveniles. Un caso excepcional.
El 7 de mayo (2024) Arias publicó un ensayo original sobre un tema que vengo llamando la atención desde hace casi dos décadas. Se trata de los poderes curativos que contiene la lectura. Un envite apasionante. Yo mismo puedo dar fe de la manera que contribuyen los libros a librarnos de los dolores y enfermedades que nos aquejan. Al leer a Arias me sentí sostenido en el aire. Tituló su trabajo La lectura como antídoto contra la depresión y para que no quedaran dudas de que la medicina brasileña abre alas a nuevos procedimientos, ubica a la lectura como cura infalible para hacer frente a la depresión. Soy una de las tantas personas que ha acudido en su ayuda en varias ocasiones con probado éxito.

Arias cuenta que en Brasil están abriendo espacio, tanto desde el punto de vista experimental como del análisis científico, en conferir a la cultura la importancia que tiene, “concretamente a la poesía, a la literatura y a la lectura, como un remedio contra la depresión, una de las grandes preocupaciones de la medicina”. Un vuelco maravilloso. En este nuevo siglo, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard decidieron desde hace más de dos decenios combinar la medicina alopática con la medicina homeopática. No debería causarnos extrañeza que los brasileños decidieran incorporar y utilizar la lectura para combatir los males psicológicos que les afectan.

Dueño de una cultura extraordinaria, Arias salió en búsqueda de autores de distintas especialidades, quienes de forma convincente establecen de que los seres humanos requerimos de la utopía. Su amplia formación lo hace recurrir tanto a filólogos como a filósofos. Asistido del profesor Manuel Casado Velarde, vuelve suya la idea de que “el ser humano no puede vivir en un mundo sin ilusiones, sin narrativas que ofrezcan consuelo, como religión, rituales, conexión con el cosmos y la naturaleza”. Cita al filósofo alemán Martin Heidegger, quien “refleja el potencial curativo de la poesía, capaz de conectar con todo el cosmos”. Para Heidegger “la razón pura no basta”. Eso nadie lo pone en duda.
Creo que quien lo dice mejor es Novalis; como fiel representante del romanticismo alemán, con sensibilidad a flor de piel, justificadamente endereza sus baterías contra el racionalismo. “La poesía cura las heridas que crea la razón”. Para que lo diga un poeta. El alegato de Juan Arias pone al día una cuestión que venía siendo traslapada. En una época donde las humanidades están siendo dadas de baja y la inteligencia artificial constituye el mayor logro de los milmillonarios, hay que restituir a la poesía y a la literatura en general, su trascendencia. El compadrito Jorge Luis Borges supo responder a los estrafalarios. ¿Para que sirve una puesta de sol? Para alegrar e iluminar nuestras vidas.

En un mundo utilitarista se privilegian otros valores; ensombrecen y evitan que el canto se cuele por las rendijas. El dinero encabeza la lista. Debe rendírsele pleitesía. Todo se reduce a pesos y centavos. En el universo productivista se envejece demasiado pronto. Apenas cuando despertamos a la vida. Son los auténticos herederos de la cultura espartana. Las artes son soslayadas y el estudio de la literatura entran en crisis o desaparecen. Para conjurar conflictos que sitian sus vidas, echan mano a libros de autoayuda. Se asoman a sus páginas para sobrevivir en un mundo en permanente desasosiego o para curar heridas infligidas en la búsqueda de enriquecerse.

II.     Los poderes catárticos de la lectura

Desde hace años camino en la dirección prescrita por Arias. Los hechos fueron convenciéndome de que la lectura goza de poderes similares a los de un analgésico o de un antibiótico. Si partimos que entre el 40 y el 60 por ciento de las enfermedades tienen origen psicosomático, la cura de nuestros males podemos encontrarla internándonos en las páginas de los autores que han seducido a millones de lectores. ¿Cómo convencer a quienes jamás han abierto un libro de poesía o escalado las alturas de Shakespeare sobre su genialidad, al no haber dejado fuera ningún sentimiento humano en sus obras de teatro? ¿Cómo no contagiarnos con la belleza que exuda Cien años de soledad?

Como conté hace muchas lunas, la noche del 12 y la madrugada del 13 de agosto de 1975, mientras Idita daba luz a Carlos Ernesto, nuestro primer hijo, en el Hospital Bautista, yo me entregaba a la lectura. ¿Qué me hizo refugiarme en Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda? ¿Me metía en sus páginas para olvidar los dolores del parto de mi mujer? Sus páginas iluminaban un nuevo amanecer. La vida de un poeta encierra grandes misterios. Pablo Neruda, el de Veinte poemas de amor y una canción desesperada, me servía de inspiración y contribuía a que viera con otros ojos la situación que atravesaba mi mujer. Sentí su presencia como la mejor compañía.
Dos años después viví una experiencia similar, el sábado de mi mala suerte del mes de noviembre de 1977, recurrí a la misma estrategia. Jugando béisbol en estadio de la Universidad Centroamericana (UCA), me quebré el brazo derecho. Para paliar el dolor, durante la noche me dediqué a leer La Revolución sexual de Wilhelm Riech. Ese día no encontré quien me enyesara. Con el insomnio al acecho me entregué a leer al adelantado de Riech. Por atreverse a relevar la importancia de la sexualidad en la parroquia comunista, fue expulsado de esa sacristía. Tomé conciencia de los poderes catárticos de la lectura. Su lucidez aminoró el mal. Un sedante en mis horas de dolor y pesadumbre.
Un sábado de septiembre de 1983 en Ciudad México, Distrito Federal (así se llamaba entonces), con Patricia se nos antojó en un tianguis probar unos pulpos de consecuencias fatales. Con fiebres, dolores en las piernas y yendo al baño a cada momento, cogí cama. Tenía conciencia de que la lectura me ayudaría a amortiguar la desgracia. Siglo XXI Editores había publicado en esos días La montaña es algo más que una inmensa estepa verde. Me volqué sobre el texto. Las ocurrencias de Omar Cabezas Lacayo me hacían estallar en carcajadas. Cualquiera que me viese en ese estado hubiera creído que deliraba.
Constataba de que ningún otro escritor me había hecho sentir el bochorno, los calores infernales y el pavimento quemando tus pies en León de Nicaragua, como me lo hizo sentir Omar, en aquellos días felices mientras realizaba mis estudios de Comunicación en México. Sus puyas a Modesto y Chepe Valdivia y su elogio a Tello lo ponían en buen predicado. La carne de mono y celebración de las navidades en la montaña eran contadas en detalle. El termómetro bordeaba los 39 grados, el antídoto surtía efectos. Sobreponía mi modorra y dejadez al internarme en el mundo de la guerrilla sandinista. El escrito de Juan Arias merece ser leído por millares de lectores. En sí mismo resulta un bálsamo.

La explicación de mi entrega a la lectura en los trances de mi vida la encontré en Freud. Leyendo en Washington al padre del psicoanálisis, durante el invierno de 1985, me alegré al saber que él basaba todo su sistema catártico en la magia de las palabras. Si hablar para el fundador de la Escuela de Viena era una manera de exorcizar los males, leer para mí ha sido la mejor forma de expulsar los demonios, vencer miedos y sosegar el ánimo. Leo o escribo, luego vibro y me emociono. Me olvido de mis dolencias, la lectura y la escritura son un sucedáneo, tan eficaz como el mejor analgésico y con poderes curativos como los antibióticos. Juan Arias se convirtió en mi compinche. Soy cómplice de sus creencias.


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Escritos en Nicaragua

1 comentario:

Anónimo dijo...

Considero importante retomar el uso de la lectura para mejorar no solo los momentos de soledad de angustia, sino para mejorar los conocimientos.