martes, 3 de junio de 2025

Usted es cachimbón doctor

Escritos en Nicaragua

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Usted es cachimbón doctor

El puerto de Potosí, a orillas del Golfo de Fonseca, me recibió para cumplir mi servicio social, una vez que llevé a feliz término, mi internado en el viejo Hospital Mauricio Abdalah de Chinandega. Después de cuatro horas de viaje, intentando sortear la incomodidad en un escaño de madera que servía de asiento, sacudí mi cabeza, mi camisa y mi mochila llenas de polvo. Llegué luciendo mis 270 libras de peso, con la misión de atender a una población expuesta a la epidemia del momento: El Cólera. Me hizo entrega del Puesto de Salud, la doctora Teresa Echaverry, quien, con lujo de detalles, me informó de todo cuanto necesitara saber para desempeñarme adecuadamente en aquella comunidad situada más cerca de El Salvador y de Honduras, que de Chinandega. El Comité Comarcal me dio la bienvenida, y, como suele hacerse en estos casos, visité a las autoridades: el jefe de migración, el jefe de las tropas guardafronteras y Capitanía de puertos, y el gerente de la aduana. Todos ellos, amablemente, me ofrecieron su apoyo.
La misma noche de mi llegada, bajo una lámpara anémica, revisé los censos de las panzonas, de los chavalos, de la cobertura de vacunas, de los ancianos, de los crónicos. Comprobaba los inventarios de la Unidad de Tratamiento contra el Cólera que, dentro de las limitaciones, se había instalado en el fondo de la pequeña casita. Escondido tras una cortina, me dio la bienvenida un hermoso escorpión que, para mi suerte, pude eliminar con un viejo periódico enrollado.

No tenía enfermera, así que, a todos los pacientes, niños principalmente, tenía que pesarlos, tomarles temperatura y talla, examinarlos, recetarle, buscar el medicamento y, de ser necesario, los inyectaba. En otras palabras, sonaba las campanas, sacaba la procesión, vestía al santo y cobraba la limosna.

Creo que dos semanas después, en el mismo bus que yo lo hice, vi llegar a doña Reyna Carrillo, una enfermera de mucha experiencia, con su uniforme blanco, un termo lleno de vacunas y un rollo de papeles para registro de datos.

Además del puerto, era mi responsabilidad visitar la comunidad de Cosigüina, Las Parcelas, El Capulín y, la más distante, El Rosario. Amablemente el gerente aduanero me facilitaba un jeep para visitar las comunidades más lejanas. Todos los miércoles antes de las siete de la mañana, llegaba un niño, morenito, flaquito enviado por doña Carmen Soriano, una brigadista voluntaria que ofrecía su casa para atender a los pacientes de las comunidades adyacentes, con dos caballos que amarraba en el cerco, uno en el que viajaría conmigo enseñándome el camino y el otro para la enfermera y las maletas de medicinas, termómetros, expedientes y demás chereques.
Yo escuchaba el relincho discreto del caballo, cuando introducía mi pie izquierdo en el estribo, y mis manos tomaban con firmeza la crin y el borde trasero de la albarda. Unos segundos de tambaleo sufría el animal en su intento por acomodar la carga. Luego, ágilmente, el chamaco saltaba y se acomodaba sin dificultad en el anca. Emprendíamos el camino, yo sentía que los pies casi tocaban el suelo, el caballo a veces trotón y andador a la vez, resoplaba como queriendo expresar un reclamo. Los comentarios frecuentes y repetidos acerca de la enorme cantidad de serpientes de cascabel que habitaban en los caminos me hacía ver atentamente, las ramas y la hierba que bordeaba la ruta. Luego de cabalgar unas horas en medio de mi preocupación por los crótalos, mi compañero de viaje rompió el silencio y me dijo:

—Voy perdido doctor, no puedo ver el camino…

—¿Qué pasó? Pregunté lleno de preocupación. ¿No conocés?

—¡Claro que conozco! Me respondió un poco molesto.

—¿Entonces? Pregunté insistentemente.

—¡Es que usted es cachimbón doctor…! ¡Verga de lomo que tiene…! No puedo ver nada detrás de usted…



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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente relato!

Donald dijo...

Al leer, me trasladé por igual a mis experiencias de médico rural en el servicio social. Es la mejor experiencia para el médico joven recién egresado de las aulas y hospitales docentes. Abrazos y felicitaciones estimado amigo, doctor y escritor. Tienes un manantial interminable de historias y vivencias que muy perfectamente las conviertes en una deliciosa narrativa.

Donald J. dijo...

Una fuente constante de experiencias, anécdotas e historias que magistralmente mi amigo, doctor y escritor transcribe y nos regala esa exquisita narrativa.
Muy bueno!

Anónimo dijo...

Es un deleite leer tus escritos!
Carolina

Gerardo Gallo dijo...

Agradezco mucho sus comentarios. Seguiremos con este humilde esfuerzo